jueves, agosto 13, 2009

Revista Filipina (Tomo IX N° 1 y 2 Verano-Otoño 2005)



REVISTA FILIPINA (ISSN 1496-4538)
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Una Revista Trimestral de Lengua y Literatura Hispanofilipina
Tomo IX N° 1 y 2 Verano-Otoño 2005
Director: Edmundo Farolán
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En este número:

Editorial: Círculo Hispanofilipino
UN MÉDICO FILIPINO DE ORIGEN VASCO EN MONTEVIDEO EN LOS ALBORES DEL SIGLO XIX
Por el Dr. Enrique Javier Yarza Rovira
T.M. Kalaw :Hacia la tierra del zar (1908)
Un joven filipino, Teodoro M. Kálaw,
observa de cerca el ignominioso imperio de Alejandro II
Por el Dr. Manuel García Castellón
AMERICANIZACIÓN
Por Tedoro M.Kalaw



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EDITORIAL: Círculo Hispanofilipino

El julio de este año, antes de volver a Vancouver, visité a Andreas Herbig, fundador del Círculo Hispanofilipino, para conocer al Dr. A. de Toro de la Universidad de Leipzig. Los tres hemos hablado sobre la posibilidad de ofrecer un curso sobre la linguística y literatura hispanofilipina en Leipzig, y también en Dresden, donde, el año pasado,di una conferencia el 28 de abril en la Universidad de Dresden. Pero como siempre, las universidades de Alemania y alrededor del mundo carecen de fondos, y siempre dicen que, si no te quieren invitar, tienen "otras prioridades más urgentes" para sus fondos.

Pero el tema más importante de que Andreas y yo charlamos era el problema del Círculo. Insultos personales, temas que no tienen nada que hacer con los objetivos del círculo, es decir, lo de enaltecer la lengua y cultura hispanofilipina en Filipinas, y otros remedios y sugerencias. Pero, como siempre, nadie hace caso a las sugerencias, pero la buena noticia es que el círculo permanece muy activo, a pesar de las tonterías y cuentos tártaros de algunos miembros.

Andreas sugerió que escriba una carta a los miembros, en inglés y en español, lo cual hice, pero no hubo ninguna reacción, excepto por el Dr. Yarza Rovira y D. Guillermo Gómez que confirmaron las sugerencias que hemos hecho con Andreas.

Acabo de volver de Manila donde me visité con parientes y amigos. Mi amigo Guillermo me invitó a comer en un excelente comedor español, cerca de su studio de baile. Nos hemos reunido también con Dr. Zialcita y D. Jose Perdigón para hablar de los problemas del círculo. Dr. Zialcita propuso una página enlazada con el sitio del Círculo donde los nuevos miembros podrían encontrar informes sobre el Círculo.

Nuestro amigo, mi webmaster Jose Lagman, se desapareció otra vez, y por eso, para mantener esta página, lo he vuelto a este sitio de AOL.

Tenemos dos artículos en estos números. Por falta de ayuda y contribuciones a esta página, hemos decidido publicarlo dos veces al año, combinando los números, los de Verano y Otoño en esta tirada, e Invierno y Primavera en la próxima. Gracias por sus cartas, y en el próximo número, las publicaremos. EF


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UN MÉDICO FILIPINO DE ORIGEN VASCO EN MONTEVIDEO EN LOS ALBORES DEL SIGLO XIX
Por el Dr. Enrique Javier Yarza Rovira

INTRODUCCIÓN.

El presente trabajo es fruto de un hecho casuístico. Un día, como tantos otros, investigando en los libros matrimoniales del archivo de la Curia Metropolitana de Montevideo (Iglesia Matriz), me encuentro en el año 1807, con la siguiente curiosidad: una partida matrimonial de un filipino de orígenes vascos, súbdito de la Corona española. Ante este exótico hallazgo, decidí tomar nota y atesorar la información, con la certeza de que algún día podría realizar alguna investigación al respecto. Inmediatamente y sin dilaciones, consulté a la monumental obra de nuestro gran maestro D. Juan Apolant: "Génesis de la familia uruguaya" (1), una verdadera Biblia, para todos los que nos abocamos a esta disciplina.

Con mucha satisfacción, descubrí que ya Apolant había relevado a este filipino en la citada obra, lo que me permitió conocer algunos datos respecto a su descendencia.

Cumplida esta primera etapa, resolví acudir a la sabiduría de nuestro presidente vitalicio el Prof. Ricardo Goldaracena con la esperanza de obtener alguna otra referencia de utilidad. Lamentablemente, la respuesta que obtuve, no fue en un primer momento, halagüeña. Ante mi requerimiento, Ricardo me contestaba el día 1 de setiembre de 2002, lo siguiente: "No me siento para nada culpable de no saber nada sobre tus Vizcarra filipinos. Los culpables son ellos por no haber dejado huella perdurable en la Historia del país (algún gobernante, algún universitario, algún académico). La genealogía es la mejor escuela de democracia, pero ello sólo es cierto cuando comprobamos que los antepasados de los Mendilaharsu, de los Lacalle, de los Sanguinetti o de los Batlle, son iguales a los antepasados de todo el mundo".

Estas lapidarias palabras me acongojaron sobremanera, pero en mi fuero íntimo -llámese sexto sentido u "olfato genealógico"- intuía que algún día iba a tener noticias de este ansiado personaje. Me negaba a pensar que un filipino venido a estas remotas tierras, no hubiera dejado ningún rastro. No pasaron muchos días, fueron exactamente tres semanas, antes de recibir la buena nueva. Una mueca del destino había iluminado a nuestro Prof. Goldaracena quien, en aquella oportunidad, me dirigió para mi solaz, la siguiente misiva:

"Estimadísimo Enrique: Desvelado, como me suele suceder a menudo, me puse a revisar mis apuntes de escrituras del Cabildo y encuentro la siguiente referencia que te puede interesar: El 21 de mayo de 1830, Mauricia Pardo, natl. y vec. de Montº, c.c. Pedro Sarrasqueta de Olave (ausente desde 1824), vendió con licencia judicial una casa, herencia de su madre, en la calle de San Ramón, a Juana Zapata, en mil pesos. Para obtener la licencia judicial, se hizo una información "de pobreza y enfermedades". Ella vivía en casa de su esposo, del alquiler de algunos cuartos. Entre otros, certificó el "Doctor León Viscarra, segundo Cirujano del Hospital de Caridad".

(Protocolos del Cabildo de Montº, 1830, tomo I, fº 307)
Habrá que seguir revisando la historia del Hospital y de la medicina.
Un abrazo: Ricardo".

De esta manera, y gracias a los desvelos de nuestro hoy desaparecido presidente vitalicio, veía confirmadas mis primeras intuiciones. Sólo restaba indagar en fuentes bibliográficas y en otros repositorios documentales.
Para comprender mejor el ambiente hogareño y la época en que le tocó vivir al doctor León Vizcarra, brindaremos a continuación una breve sinopsis histórico-genealógica de las islas Filipinas, así también como una somera reseña de la presencia vasca en esas lejanas y prístinas tierras.

LAS LEGENDARIAS ISLAS FILIPINAS, "LA PERLA DEL ORIENTE".

El historiador filipino Teodoro Agoncillo, describió el país con estas palabras: "Un vistazo al mapa de Asia suroriental muestra que las Islas Filipinas ocupan una posición estratégica. Se encuentran un poco por sobre la línea del Ecuador, al sudeste de la costa del continente asiático. El archipiélago filipino, constituido por más de 7.000 islas e islotes, tiene tres divisiones geográficas: Luzón, Visayas y Mindanao -Sulú, con una superficie terrestre total de casi 300.000 kms.2, cruzada por cordilleras y drenada por pequeños sistemas fluviales".
Prosigue Agoncillo: "Los filipinos son una mezcla de razas, de Oriente y Occidente, aunque descienden mayormente de la raza malaya. Siglos de contacto con los países asiáticos y casi cuatrocientos años de dominación por potencias occidentales han hecho del filipino un asiático en vestimenta occidental...". (2)
Desde el punto de vista español, Filipinas - al igual que Oceanía- en su cultura, en su historia y en su lengua, es una prolongación de América.

Desde que Cristóbal Colón inició su viaje en 1492, su meta final era acceder a las Indias y abrir para la corona de Castilla un nuevo camino para acceder a las riquezas de las especierías. En este derrotero, se vieron enfrentados los dos reinos ibéricos: Castilla y Portugal, las dos potencias marítimas más importantes de la época.

Las expediciones portuguesas de descubrimiento, habían comenzado varias décadas antes que las españolas. En efecto, desde 1487 con el descubrimiento del Cabo de Buena Esperanza, la meta invariable de los portugueses era alcanzar el Lejano Oriente y establecer entre éste y Europa un comercio marítimo directo. Con ese designio, Vasco da Gama realiza su viaje a la India (1497-1499) y en 1512 se produce la travesía de Antonio de Abreu, desde Malaca a las islas de las Especierías (Célebes, Molucas y Timor), meta final de los descubrimientos. El mismo objetivo fue perseguido con tenacidad, aunque con cierto retraso, por los castellanos y por una ruta más incógnita y difícil, la del oeste. Así Colón se propuso alcanzar las costas de Asia, e incluso murió con el convencimiento que las había descubierto. Para encontrar la ruta oceánica oriental hacia el Asia, habrá que esperar hasta 1513, con la expedición de Núñez de Balboa al Mar del Sur. Desde América, Balboa atraviesa el istmo de Panamá, descubre el Océano Pacífico, un año después que Abreu lo descubriese en Oriente.

Poco después Magallanes y Elcano navegaron por todo el Pacífico, de punta a punta en 1521, año en que llegaron a las islas Marianas y Filipinas -a las que denominó San Lázaro -, en su primera circunnavegación del globo, que constituyó la mayor hazaña de toda la humanidad, y que trajo consecuencias de enorme envergadura: la comprobación de que la Tierra era redonda, de que era una y de que todos pertenecíamos a un mismo mundo, a un mismo planeta y por tanto, podíamos estar en contacto directo unos con otros. Este es el antecedente más remoto, a mi juicio, de la hoy denominada "globalización".

En este preciso momento es cuando España y Oceanía -y por ende Filipinas- entran en contacto. Los portugueses denunciaron la intromisión de Castilla, en lo que por el Tratado de Tordesillas de 1494, consideraban tierras de su influencia. Para solucionar estas controversias, se firmó un acuerdo en Zaragoza en 1529, mediante el cual la corona castellana, cedía por 350.000 ducados oro las Molucas o Especierías a Portugal, y éste reconocía la soberanía española en Filipinas.

Mientras tanto, Hernán Cortés escribía al Emperador Carlos V desde México, con intenciones de dirigirse al Oriente. Los proyectos de Cortés fueron continuados por Pedro de Alvarado, quien fijó la base de Acapulco como puerto americano de conexión con Oriente y exploró más extensamente las costas del Pacífico.
En 1542 Ruy López de Villalobos realizó una expedición encargada por el Virrey de Nueva España, D. Antonio de Mendoza, y llegó a las islas de San Lázaro que había descubierto Magallanes y las rebautizó con el nombre de Filipinas en honor al príncipe Felipe, futuro Felipe II.

Para buscar la "vuelta del Poniente", se articula todo un plan de conquista, que nada tiene que ver con las expediciones codiciosas e improvisadas de la primera hora. Según el plan trazado desde Nueva España, todo debe estar regulado y para ello surgen las llamadas Instrucciones, auténtico cuerpo legal o Código. La Real Audiencia de México encomienda esta tarea a Miguel López de Legazpi, este gran hombre, prudente escribano vasco que después de dedicar tres cuartas partes de su existencia a servir a su Rey y a su Dios y crear una familia cristiana, abandonó todo para navegar, conquistar y gobernar las islas de un inmenso archipiélago. En carta que él mismo dirige a su Rey se desprende la forma en que conquistó la isla de Luzón y su actitud en la empresa "procurando que a la pujanza del Capitán valeroso no cediese un ápice la rectitud del Magistrado ejemplar" (3)

En 1565 la expedición liderada por Miguel López de Legazpi, estableció el primer asentamiento español en Cebú. En 1571 Legazpi fundó Manila, como ciudad principal del reino de Nueva Castilla. Los españoles se encontraron frente a dos tipos de población indígena: por un lado había musulmanes, súbditos del sultanato de Borneo, del de Joló, o de otros jefes mahometanos, quienes habitaban mayormente las costas de la isla grande de Mindanao. También había tribus montañesas y asentamientos playeros y ribereños de naturales, que rendían culto a sus ancestros, a sus ánimas y que creían en un dios único, Bathala.

Los moros se resistieron siempre a la presencia castellana, siendo en los segundos quienes los españoles encontraron desde un principio, bastantes conversos y celebraron pactos de amistad y alianzas militares.

La clave del éxito de la colonización española fue la conversión religiosa de los indios. Los indígenas eran tribus esparcidas entre las islas, que vivían del comercio mercantil, la agricultura, pesca y caza, eran pacíficas y creían en la vida después de la muerte. Así pudieron reconciliar fácilmente sus creencias con el cristianismo. Los misioneros jesuitas llevaron a cabo su labor con asombroso fervor y sistematicidad. Al respecto, en el año 1668, el misionero jesuita Padre Francisco Ignacio Alsina anotó: "Sesenta años ha, ya cumplidos, que se comenzó a fundar esta nuestra cristiandad de los bisayas (que 100 ha que comenzó la primera vez en Zibu), y desde el principio estuvo, y está, debajo de la enseñanza de los Padres de Nuestra Compañía con tan buen efecto que... muchos años ha que no se halla en las islas de nuestro ministerio un solo infiel que por la gracia divina y diligencia de los primeros misioneros, en 20 años se baptizaron todos sino cual o cual que se escondió en los montes. Fueron a los principios los baptizados en este ministerio, en dicho espacio de tiempo, entre chicos y grandes, unos 60 mil, poco más o menos". (4)

Entre la llegada de Legazpi y la liberación proclamada en 1898, mediaron casi tres siglos y medio de vida colonial hispanofilipina, y se forjó así la identidad de la nueva nación en el triple mestizaje castellano -malayo - chino.

La aceptación del rey de Castilla como soberano unificó a los isleños hasta entonces enfrentados entre sí. Los naturales aceptaron convertirse en vasallos del rey de Castilla porque los españoles les llamaron "hermanos" y prometieron protegerlos y defenderlos contra los musulmanes, quienes los llamaban "cautivos". Durante este período las islas Filipinas dependieron administrativamente del Virreinato de Nueva España y su economía estaba supeditada a las remesas de plata que anualmente le enviaba ésta, así como al comercio de galeones. Este encuentro y comunión se materializó con la evangelización, la conversión del indígena a la religión católica, sin la cual, España no hubiera podido mantener su presencia en el archipiélago. Un buen ejemplo tipifica esta misión evangelizadora de España: cuando en cierta ocasión, los cortesanos le dijeron a Felipe II que la conquista de Filipinas, costaba mucho dinero sin rendir nada en cambio, el adusto rey repuso: "Si no bastasen las rentas de Filipinas y de Nueva España a mantener una ermita, si más no hubiere, que conservara el nombre y veneración de Jesucristo, enviaría las de España con que propagar el Evangelio...". Y esa misión evangelizadora se ha cumplido cabalmente, puesto que hoy en día, a pesar de la introducción del protestantismo por los Estados Unidos, la religión católica constituye la fe inmaculada más del 80% de los filipinos.

LA PRESENCIA VASCA EN FILIPINAS.

Nada de extraño tiene la presencia vasca en Filipinas desde la primera hora. El pueblo vasco acompañó desde el inicio los descubrimientos ultramarinos de la corona. Vasca fue la nao capitana de Colón y vasco su armador y maestre de la flota: el cartógrafo Juan de la Cosa, quienes con otros siete marineros de la misma nación figuró entre los que primero pisaron el Nuevo Mundo. La presencia vasca en las islas del Poniente se remonta al descubrimiento mismo de esas islas, por la expedición de Magallanes- Elcano de 1521.

Nuevos aportes vascongados vendrán, en 1565, a partir de la expedición de D. Miguel López de Legazpi y Guruchaga, nacido en Zumárraga, provincia de Guipúzcoa. A partir de entonces, muchos vascos se trasladarán de la montañosa Euskadi, buscando un mejor porvenir en las tierras de Oriente. En la expedición de Legazpi lo acompañaban varios de sus compatriotas y familiares: fray Andrés de Urdaneta, natural de Ordizia (Villafranca) en Guipúzcoa; Martín de Ibarra, maestre; Andrés Mirándola, sobrino de Urdaneta; Felipe Salcedo, nieto de Legazpi; Martín Goti, capitán; el alférez vizcaíno Andrés Ibarra; fray Andrés Aguirre y fray Martín de Rada, entre otros.

Interesa resaltar también los aportes de Domingo de Salazar, primer obispo de Filipinas; el franciscano Melchor de Oyanguren que fue el primero en realizar un estudio del tagalo comparado con otras lenguas; fray Miguel de Aozaraza, natural de Oñate, mártir de la fe en 1637 en Nagasaki; el gobernador Guido de Labezarri, sucesor de Legazpi; Lorenzo de Ugalde, general guipúzcoano que luchó en el siglo XVII contra la armada holandesa; Francisco de Echeveste, general de las galeras de Filipinas y embajador del rey de España en Tonkín; Tomás de Endaya, constructor naval en Cavite; Francisco Esteibar, que combatió por mar y tierra a chinos e ingleses en el siglo XVII; el gobernador Simón de Anda y Salazar quien, en 1768, solicitó al rey la instalación de colonos para poblar el archipiélago; o los mercaderes vascongados de la Compañía Guipuzcoana y la Compañía de Filipinas (1785) que crearon una red de intercambio permanente entre sitios tan distantes como Manila, Calcuta, Bombay, Acapulco y Callao, nombres éstos que engrandecieron a España.

La vida en Filipinas para los españoles en general y los vascos en particular, significó privaciones, sacrificios y continua exposición, no sólo por las enfermedades propias de la zona tórrida, sino también por los ataques de los enemigos: chinos, ora malayos mahometanos, ora malayos gentiles. Los que se arriesgaron a ir, tenían que ser hombres de temple aventurero y nada mejor que los vascos para desempeñar esta misión.

Muy ilustrativas son las palabras del historiador español Wenceslao Retana y Gamboa (1862-1924): "Si España mandó a Filipinas buena parte de su hez, esa hez de valía amén de no poca de su sangre, el idioma castellano, la religión católica y las tradiciones urbanas dejó espíritu por virtud del cual el dilatado mundo de los malayos transformóse un pueblo que vino a ser infinitamente superior a los demás pueblos similares..." (5)

Entre este contingente proveniente de las provincias vascongadas, es de suponer que la familia Vizcarra, antepasados de nuestro biografiado, se haya avecindado en Manila durante el siglo XVII. Lamentablemente no disponemos de medios ni recursos como para realizar una investigación "in situ" en estas lejanas tierras. Infructuosos han sido hasta el presente los intentos del suscrito por conocer la ascendencia de este aventurero.

Volviendo al linaje Vizcarra y concretamente a León, no vacilamos en afirmar su origen hispano. Descartamos "a priori" toda relación inmediata con las etnias indígenas malaya o china, los dos substratos vernáculos del mestizaje filipino a la llegada de los españoles.

Dos pruebas irrefutables nos llevan a esta conclusión: en primer lugar el tratamiento de "don" en los asientos parroquiales de la Iglesia Matriz de Montevideo y en otros documentos que aluden a su actuación como médico. En segundo lugar, el común de los filipinos de esa época y muy especialmente los indígenas no utilizaban apellidos. Era costumbre y tradición llamarlos con un nombre de pila, casi todos derivados del santoral católico. Sólo los criollos y descendientes de peninsulares utilizaban apellido. Esta diferenciación no nos debe sorprender ya que nuestros indígenas, salvo raras excepciones, tampoco utilizaban apellidos. Más aún y con mucha mayor gravedad, a las mujeres portuguesas y brasileñas de la época y hasta el siglo XIX, tampoco llevaban apellido tal cual sucedía en Roma. Para la asignación de los apellidos en Filipinas habrá que esperar hasta 1849, fecha en que el Gobernador Narciso de Clavería y Zaldúa, otro vasco, imponga la obligatoriedad del onomástico a los naturales. Con tal propósito se publicó un catálogo con apellidos más utilizados en España que apuntaba a una doble finalidad: en primer lugar, poner un poco de orden en el censo de población; y en segundo lugar, no tan altruista, no era otro que facilitar el cobro de impuestos.

El caso de nuestro personaje es bien claro. Siempre tuvo en posesión de apellido, él y su familia, por lo que nos permite aseverar su origen criollo.

LEÓN VIZCARRA: DE FILIPINAS A MONTEVIDEO. SU ACTUACIÓN PÚBLICA.

Manila, la capital de Filipinas, fue el emporio de la expansión del comercio y del florecimiento del conocimiento occidental en el Lejano Oriente.


En 1571 los jesuitas construyeron el "Real Colegio de San José" y en 1594 los franciscanos fundaron el "Colegio de Santa Potenciana", ambos establecidos por orden del rey Felipe II. En 1611 los dominicos fundaron el "Colegio de Nuestra Señora del Santísimo Rosario" y la Universidad de Santo Tomás que fue agraciada posteriormente con el título de "Real" y "Pontificia".

En cuanto a medicina se refiere, la misma estuvo a cargo de las órdenes religiosas (agustinos, jesuitas, franciscanos o domincos). Los franciscanos mandaron erigir en 1564 el primer hospital denominado "Hospital Real". En 1587 los dominicos fundaron un centro médico importante en Tondo, "Hospital de San Gabriel", que fue demolido en 1744. En 1596, el franciscano Juan Clemente fundó el "Hospital de Santa Ana", que más tarde fue el "Hospital de San Juan de Dios" y actualmente lleva el nombre de "Hospital de San Lázaro", y es el hospital más viejo de todo el Oriente.

Es muy probable que Vizcarra fuese diestro en el arte de curar, aprendido de los religiosos que dominaron la vida cultural y espiritual de las Filipinas durante el período hispánico. El perfeccionamiento profesional sumado a la "inquietud atávica" propia del alma vasca, seguramente hayan sido los motivos de la partida de su tierra ancestral.

De acuerdo a las informaciones recibidas por nuestro amigo y colega D. Hernán Lux-Wurm, que mucho agradecemos, tanto en Filipinas como en el Río de la Plata existían hospitales y farmacias a cargo de frailes, y funcionaba la Facultad de Medicina para expedir certificados de suficiencia para cirujanos, pero jamás como médicos. En ninguno de los documentos que hemos consultado (salvo en el censo de Montevideo de 1850) se lo titula a Vizcarra como "médico", sino que siempre figura como "sirujano".

Esto es concluyente. Ningún verdadero médico de su tiempo dejaría pasar esa diferencia.

En esa época no existía Cátedra de Medicina, ni en las Filipinas ni en la Universidad de Lima o Chuquisaca. En el siglo XVIII se estudiaba solamente medicina en Bologna, París y Ratisbona. Vizcarra era como todos (incluso el padre de Cervantes en el siglo XVII), un simple y humilde cirujano; dicho en otros términos, un simple práctico en el arte de curar, y como tal ejerció en la Banda Oriental, su tierra de adopción.

Habrá que esperar hasta después de la Guerra Grande (1838-1851) para que exista la Universidad en nuestro país y que todos los cirujanos se presentaran a la Junta de Higiene para obtener el título de médico. Tal parece haber sido el caso de Vizcarra, quien figura en el censo de 1850 por primera vez como "médico del ejército".
Resulta muy difícil seguir su periplo desde Manila a Montevideo. Seguramente viajó en el Galeón de Manila, nave que surcó por más de 250 años el Pacífico, en un tráfico ininterrumpido entre Manila y Acapulco. Era entonces la Nueva España una potencia marítima, como herencia de los esfuerzos y la entrega de los demás marinos vascos que lo hicieron posible. A la llegada del Galeón a Acapulco, salía otra flota con destino al Mar del Sur, y no es difícil imaginar el traslado de nuestro personaje al Río de la Plata, máxime teniendo presente que Montevideo era la sede del Apostadero Naval español en el Atlántico sur.

Recordemos también, que ya se encontraba en plena vigencia el Reglamento de Libre Comercio promulgado por el rey Carlos III en 1778. Esta disposición, fruto de la influencia del despotismo ilustrado francés, permitió la liberalización del comercio indiano entre todas las regiones del Imperio Español.
Una vez afincado Vizcarra en Montevideo, se dedicó, como dijimos, al ejercicio de su profesión de cirujano (médico). De acuerdo a los datos proporcionados por el Dr. Fernando Mañé Garzón, a quien mucho agradecemos, logramos extraer una síntesis de su actividad profesional compendiada en el voluminoso trabajo del Dr. Rafael Schiaffino.

"Inicialmente fue practicante del Hospital de Caridad entre 1807 y 1825, dependiendo de la sanidad naval a la que pertenecía. Su actuación fue muy destacada y eficaz, actuando como idóneo cirujano con el real beneplácito al punto que se le llegó a nombrar cirujano con la promesa pasadas las circunstancias del momento se sometería a las pruebas respectivas.

No fue sin embargo de esta opinión José Pedro de Olivera, máxima autoridad médica al inicio de la dominación Luso- brasileña que le negó tal cargo." (6)

Sabemos que residió en Montevideo por lo menos hasta 1832. Testimonio de ello lo constituye el siguiente documento emanado de los Protocolos del Cabildo montevideano, datos proporcionados por nuestro amigo y maestro recientemente fallecido, Prof. Ricardo Goldaracena, cuyo tenor es el siguiente:

"El 21 de mayo de 1830, Mauricia Pardo, natl. y vec. de Montº, c.c. Pedro Sarrasqueta de Olave (ausente desde 1824), vendió con licencia judicial una casa, herencia de su madre, en la calle de San Ramón, a Juana Zapata, en mil pesos. Para obtener la licencia judicial, se hizo una información "de pobreza y enfermedades". Ella vivía en casa de su esposo, del alquiler de algunos cuartos. Entre otros, certificó el "Doctor León Viscarra, segundo Cirujano del Hospital de Caridad". (7)

Aún en el año 1832 continuaba desempeñándose en Montevideo como segundo cirujano del Hospital de Caridad (hoy Hospital Maciel). Hemos accedido (gentileza del colega Jorge Ferreira), a dos listas del Hospital de Caridad en que figuran sus empleados con sus correspondientes salarios. En el mes de diciembre de 1831, D. León Vizcarra, 2º cirujano, recibió una paga de 30 pesos. Al año siguiente, en el mes de agosto, recibió 36 pesos por el mismo concepto. (8)

En el mismo año, lo encontramos residiendo en Durazno. En el año 1832 el doctor León Vizcarra, cirujano, fue empadronado junto a su familia entre los vecinos residentes en la 1ª. Sección, más precisamente en la villa de San Pedro de Durazno. El censor anotó lo siguiente:

"Dn. León Viscarra, 56, Filipinas, blanco, casado, sirujano.
Da. María Echabarría, 53, or, blanca, casada.
Nicolás Viscarra, 20, or, blanco, soltero, sangrador.
Ciriaco Viscarra, 14, or, blanco.
Damiana Viscarra, 18, or, blanca, soltera.
Mauricia Viscarra, 13, or, blanca.
Martiniana Viscarra, 11, or, blanca.
Carmelita Viscarra, 9, or, blanca.
Josefa Viscarra, 7, or, blanca.
Carlota Viscarra, 5, or, blanca.
Total: 10 personas." (9)

También el historiador duraznense Huáscar Parallada, nos ilumina el camino. Dice este investigador al respecto: "En junio de 1835 era el único médico que había en el pueblo (de San Pedro del Durazno). Constató las lesiones que había padecido (por malos tratos de su ama) una chinita de Manuela Mansilla" (la concubina del Cnel. Andrés Latorre). (10)

Una investigación más concienzuda nos obligará a investigar en los expedientes judiciales y protocolos duraznenses, lugar donde vivió junto a su familia y ejerció su profesión entre 1832 y 1836. Este período coincide precisamente con el primer gobierno constitucional de Fructuoso Rivera que tuvo su centro de poder en San Pedro de Durazno, lo que nos permite suponer que Vizcarra fuera trasladado a Durazno por orden presidencial para servir como médico en el ejército.

Al comenzar la Guerra Grande, ya se había trasladado con su familia nuevamente a Montevideo.
En dicha ciudad vio partir de este mundo a su mujer en el día 23 de setiembre de 1846: "de sesenta años y casada con León Vizcarra: murió hoy de muerte natural" (Iglesia Matriz, L° XII fo. 66).
Pocos años después, el 9 de marzo de 1850, fue censado junto a su familia en un Padrón de Montevideo, residiendo en la 5ª. Sección, (que comprendía las manzanas 11, 10, 9, 8, 137 y 137 bis). El Teniente Alcalde anotó en dicho documento los siguientes datos:
5ª Sección, Manzana 7ª
Uruguay N° 124:
Dn. León Viscarra, varón, 70, España, viudo, médico de Ejer.to. [Ejército]
Da. Damiana Vizcarra, hembra, 33, oriental, viuda.
Da. Martiniana Vizcarra, hembra, 25, oriental, soltera.
Da. Carmen Vizcarra, 23, oriental, soltera.
Da. Josefa Vizcarra, 21, oriental, soltera.
Juan Chevestre, varón, 9, oriental.
[Firma: Justo Viera.] (11)

Nótese bien que en ese año (1850) es la primera vez que Vizcarra aparece con el título de médico. Es probable que lo obtuviera de la Junta de Higiene en mérito a su trayectoria como "cirujano". Como curiosidad mencionamos que el censor anotó "España" en lugar de Filipinas como lugar de origen de Vizcarra. Esto tampoco nos debe sorprender ya que en la época colonial los criollos hispanoamericanos y filipinos eran conocidos como "españoles".
Sabemos que Vizcarra era el médico del Ejército nacional y que alcanzó el grado de Teniente Coronel. Sus hijas Josefa y Martiniana Vizcarra se presentaron el 19-I-1872 a las autoridades militares correspondientes reclamando el importe de un mes de la pensión que percibían luego de la muerte de su padre y no les había sido abonado. (12)

Una década más sobrevivió nuestro biografiado a su compañera. En los libros de la Iglesia Matriz también encontramos asentada su defunción acaecida en el mes de setiembre del año 1856. A continuación transcribimos la partida de óbito: "En ocho de setiembre de mil ochocs. cincuenta y seis, yo el infraescrito Cura Rector de esta I.[Iglesia] Matriz, dí sepultura Eclesiástica al cadaver de D. León Vizcarra, edad setenta y siete años, natural de las Islas Filipinas, viudo de Da. María Echevarría: falleció hoy de muerte natural. Por verdad lo firmo. Santiago Estrázulas y Lamas"(13)

Infructuosas han sido hasta el momento las pesquisas tendientes a encontrar su postrimera voluntad. Hasta el presente no hemos podido ubicar su testamento, si es que éste alguna vez fue otorgado.
Estamos convencidos que en el momento menos pensado, encontraremos nuevas evidencias que permitan develar estas incógnitas y completar la investigación de este curioso personaje.

SU MATRIMONIO Y DESCENDENCIA.

Basamos la hipótesis de nacimiento de León Vizcarra en el último cuarto del siglo XVIII (entre 1776 y 1779) en la ciudad de Manila, sus proximidades, o en la península de Bataan, en el entendido que fueron precisamente estos lugares la residencia de la mayor parte del patriciado hispanofilipino de la época. Fueron sus padres los filipinos Don Juan Agustín de Vizcarra y Doña Angela Alejandra de Lara, apellidos éstos muy comunes en la Manila del siglo XVIII.

Imaginamos la partida de León Vizcarra en el Galeón de Manila, como mencionáramos, con destino a Acapulco. Desde allí se trasladaría luego a Lima, lugar donde tal vez residiera algún tiempo. Para comienzos del siglo XIX ya lo encontramos afincado en Montevideo.

Poco después de su llegada, desposó en el año 1807 en la Iglesia Matriz de Montevideo a la montevideana Da. María Dámasa CHAVARRÍA Y LEYBA.

He aquí, pues, la transcripción esta partida sacramental: "En veinte y seis de Diz.e de mil ochocientos y siete, Yo D.n. Juan Jose Ortiz Cura y Vicario de esta ciudad presediendo las Consiliar.s. Proclamas desposé y vele, á Leon Viscarra, hijo lex.mo.de Juan y de Angela de Lara, natural de Felipinas, con Maria Damiana Chavarria, hija lex.ma.de Feliz Jose y de Maria Laureana Leyba, natural de esta ciudad. Siendo testig.s. Manuel Heras y Marcelina Araito, y por verdad lo firmé". (14)

El matrimonio Vizcarra- Chavarría residió en Montevideo y bautizaron a 12 hijos en la Iglesia Matriz de dicha ciudad entre noviembre de 1808 (XI-106) y 1830 (XIX-207), figurando los padres de los oleados con los calificativos de "don" y "doña".

Sabemos también por estas partidas bautismales, que don León Vizcarra era propietario de esclavos, lo cual acusa una situación económica de relativo desahogo.
A continuación daremos a conocer el nombre de sus hijos, bautizados todos ellos en la Catedral Metropolitana de Montevideo (Iglesia Matriz):

H1.- Eugenia Manuela VIZCARRA CHAVARRÍA. Bautizada el 16-XI-1808 (Libro Bts.XI-folio.106). Su padre, León Vizcarra, figura como natural de Lima, lo que nos lleva a suponer su residencia en esta ciudad previo a su arribo a Montevideo. Fueron padrinos de la oleada Manuel de la Sierra y Marcelina Araito.
H2.- Inocencia Jacinta VIZCARRA CHAVARRIA. Baut. 28-VII-1810 (XI-267), nacida el mismo día. Fue su padrino D. Jacinto de Rosas.
H3,- Florencia María Antonia VIZCARRA CHAVARRIA. Baut. 8-XI-1812 (XIII-169), de un día de nacida. Ps: D. Antonio Benito Paula y Da. María Mayrá.
H4.- Nicolás Juan Mauricio VIZCARRA CHAVARRIA. Baut. 12-IX-1814 (XIV-118). Ps: Juan Ignacio Fernández y Mauricia Pardo. Empleado del Hospital de Caridad en 1834 en calidad de "topiquero". Al igual que su padre ingresó posteriormente al Ejército. El 21-I-1843 era Teniente de la Guardia Nacional de Extramuros. En dicha fecha solicita la baja y continúa sus servicios en el Escuadrón de Escolta del Gobierno. (15)
H5.- Rosa Mauricia María VIZCARRA CHAVARRIA. Baut. 6-IX-1818 (XV-168). Ps: Pedro Larrasqueta y Mauricia Pardo. Murió párvula y fue sepultada el 31-III-1819 de 7 meses (Libro de Difuntos VII-160).
H6.- Ciriaco VIZCARRA CHAVARRIA. Baut. 8-XI-1820 (XVI-72), de un día de edad. Ps: D. Miguel Conde y Da. Luisa Hermida.

De este vástago es de quien poseemos mayor información. Gracias al generoso aporte de nuestro colega Jorge Ferreira (que ha sido una gran ayuda en nuestra recopilación documental), lo encontramos en un libro de entrada de pasajeros a Montevideo (16)
Nombre: Ciriaco Viscarra
Ingreso: 4-4-1838
Patria: Montevideo
Profesión: Farmacia
Estado civil: soltero
Edad: 16
Procedencia: del Durasno (sic)
Punto de residencia: Cordón, Da. J. A. Aguilar.

Efectuó información de libertad el 26 de agosto de 1861 para casarse con Da. Bernarda Marquez. En su comparecencia ante el Vicario General del Estado, Dr. Victoriano A. Conde y el Notario Eclesiástico, Estanislao Pérez declaró: "Ciriaco Viscarra, natural de la República, soltero, de 35 años, hijo legítimo de los finados Dn. León y Da. María Echeverrya habiendo convenido contraer matrimonio con la Srta. Da. Bernarda Marques, del propio Estado y oriundez, de 23 años de edad, hija legítima de Dn. Egidio y Da. Antonia Barles". (17)
El matrimonio fue registrado, sin embargo, en los libros de la Iglesia Matriz recién en el año 1880 (XVI-353). Ignoramos la razón de esta omisión.

Fue Capitán de Caballería de Línea y sirvió al país entre 1839 y 1851. En dicho año pide la baja y fue posteriormente empleado del Banco Comercial (18). Murió en Montevideo el 27 de diciembre de 1880 y su partida de óbito fue asentada en la Iglesia Matriz: "oriental, de 60 años de edad, casado con Bernarda Márquez..."(L° Difuntos XX-209). Su viuda Bernarda Marquez solicitó al ejército una pensión el 11-IX-1882 que le fue, sin embargo, denegada. Pertenecía Da. Bernarda Márquez a la conocida familia Márquez-Rebollo, siendo sus abuelos paternos el hacendado, patriota y cabildante de Canelones Ramón Márquez Sierra (hijo del gallego Claudio Márquez Bermúdez y de Da. Margarita de la Sierra Calleros, hija de canarios pobladores de Montevideo) y Da. María Bernarda Rebollo Delgado, hija ésta de Juan Domingo Rebollo, santanderino, y de Da. Juana Rita Delgado Esquivel, natural de Corrientes (Véase Julio César Baudeán: "Juan Domingo Rebollo, su descendencia", en Revista del Instituto de Estudios Genealógicos del Uruguay N° 28, pp.43-74).
H7.- Asunción VIZCARRA CHAVARRIA. Baut. 21-VIII-1821 (Pquia. de San José, folio 2), de 7 días. Fueron sus padrinos D. Miguel García y Da. Teresa Conde.
H8.- Rosenda Mauricia Micaela VIZCARRA CHAVARRIA. Baut. 13-III-1823 (SJ-26). Padrinos: Miguel García y Mauricia Pardo. Finó el 14-II-1850: "de 26 años, oriental, soltera, murió ayer de enfermedad" (Libro de Difuntos III-14).
H9.- Micaela María Martina VIZCARRA CHAVARRIA. Baut. 14-XI-1824 (XVII-230). Ps: Miguel García y Mauricia Pardo.
H10.- María Carmen Crispiniana VIZCARRA CHAVARRIA. B. 11-XII-1826 (XVIII-17).
H11.- Ana Josefa VIZCARRA CHAVARRIA. Baut. 17-II-1828 (XXIX-310). Su bautismo no fue asentado oportunamente (seguramente por olvido del cura o extravío de las anotaciones), por lo que derivó años posteriores en un trámite eclesiástico de la interesada de reinscripción finalizado en diciembre de 1856.
H12.- Carlota del Corazón de Jesús VIZCARRA CHAVARRIA. Baut. 11-XII-1830 (XIX-207). Sep. Matriz de Montevideo en 1845 (XII-46v).

CONCLUSIÓN.

Hemos querido compartir en este cónclave esta semblanza de alguien que, abrazando la profesión de Hipócrates, vino desde tan lejos a brindarnos su experiencia y conocimientos para salvar las vidas de sus semejantes. Vaya pues, en su memoria, esta ponencia que no tiene otro fin más que homenajear en su digna figura a esa hermana patria filipina tantas veces olvidada por nosotros y por la Madre Patria. Olvido inmoral e injustificado, ya que decir de Unamuno, quien acuñó por primera vez el concepto de Hispanidad: "la hispanidad incluye a todos los linajes, a todas las razas espirituales, a las que han hecho el alma terrena y a la vez celeste de Hispania".

Con esta presentación, hemos querido resaltar la unidad espiritual que tenían nuestros antepasados mientras formaban parte del Reyno de Indias, esa Patria Grande en la que era tan común que por ejemplo un mexicano -Juan José de Vértiz- fuera virrey del Río de la Plata, o que un médico filipino se avecindara y ejerciera su profesión en las antípodas de su lugar natal. Y precisamente, ese concepto de Hispanidad, forjado en la convivencia de más de tres siglos, esa comunidad singular de la que formamos parte y nos debemos, es un invento vasco.
Para finalizar esta alocución, permítaseme terminar con el poema "A Hispania" escrito en 1914 por el poeta filipino Fernando María Guerrero:

Oh, noble Hispania!,
es para tí mi canción,
canción que viene de lejos
como eco de antiguo amor.
Temblorosa, palpitante
y olorosa a tradición
para abrir sus alas cándidas
bajo el oro de aquel sol
que nos metiste en el alma
con el fuego de tu voz
y a cuya lumbre, montando
clavileños de ilusión,
mi raza adoró la gloria
del bello idioma español
que parlan aún los quijotes
de esta malaya región
donde quieren nuevos sanchos
que parlemos en sajón. (19)


CITAS Y NOTAS.

1.- APOLANT, Juan Alejandro: "Génesis de la familia uruguaya", tomo III, C.125, p.1769.

2.- AGONCILLO, Teodoro.- "A short history of the Philippines", cit.por MEDINA, Elizabeth, "Reseña geográfica, cultura e historia de Filipinas", p.3, Santiago de Chile, 1998.

3.- AYCART ORBEGOZO, José María, "Miguel López de Legazpi, Hombre de Leyes y Conquistador Magnánimo" en Gran Enciclopedia de España y América, serie Los Vascos y América, p.324.

4.- Historia Sobrenatural de las Islas Bisayas. Segunda Parte de la Historia de las Islas e Indios Bisayas, del Padre Alzina, Manila: 1668-1670. Victoria Yepes, ed. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1998. Cit. por MEDINA, Elizabeth, "La Nación filipina surgió de la fusión entre lo indígena y lo español", en Programa informativo sobre la lengua castellana de fecha 5/9/2001, p.3 http://www.comunica.es/lengua/opinion/default.htm

5.- RETANA Y GAMBOA, Wenceslao, "Indice de las personas nobles y otras de calidad que han estado en Filipinas desde 1521 a 1898", p.6.

6.- SCHIAFFINO, Rafael, Historia de la Medicina, volumen III.

7.- Archivo General de la Nación (Montevideo- R.O. del Uruguay). Protocolos del Cabildo de Montevideo, 1830, tomo I, folio 307.

8.- Archivo General de la Nación (Montevideo). Libro 4815. Hospital de Caridad (1831-1834).

9.- Archivo General de la Nación (Montevideo) - Archivo General Administrativo, Libro 280. Padrones de Durazno.

10.- PARALLADA, Huáscar: "Coronel Andrés Latorre", p. 185.

11.- Archivo General de la Nación (Montevideo) -Archivo General Administrativo. Libro N° 264, Padrón de Montevideo de 1850.

12.- Estado Mayor del Ejército. Departamento de Estudios Históricos. Legajo 12-221-67.

13.- Catedral de Montevideo (Iglesia Matriz). Libro XIV de Difuntos, folio 189.

14.- Catedral de Montevideo (Iglesia Matriz). Libro VI de Matrimonios, folio 56 vto.
A continuación exponemos la genealogía de Da. María Dámasa Chavarría, consorte de Vizcarra. Vio la luz en Montevideo el 11-XII-1785 (L° Baut. V-28), hija legítima de Félix José Echeverría, natural de Buenos Aires y casado en Montevideo el 8-XII-1777 (L° Mat. II-128) con María Lorenza Leyba, oleada en Montevideo el 25-X-1761, "de 2 meses y 10 días" (L° Baut. I-153). Fueron sus abuelos paternos: Juan Bautista Echevarría, porteño, y Da. María Bárbara Astorga. Sus abuelos maternos fueron Bartolomé Pascual Leyba, vecino de la jurisdicción de Montevideo desde 1758, y su mujer Bernarda Veloz. Eran de origen mestizo o pardo e ignoramos su oriundez pero seguramente provinieran también de Bs.Aires.

15.- Estado Mayor del Ejército, Departamento de Estudios Históricos. Legajo 10-185-91.

16.- Archivo General de la Nación (Montevideo). Libro N° 951.- Entrada de pasajeros, Policía de Montevideo. [Comprende ingresos entre el 18-VI-1837 al 4-IV-1838].

17.- Expediente Matrimonial de Don Ciriaco Viscarra con Doña Bernarda Márquez, Año 1861, Legajo 381, Iglesia Matriz de Montevideo.

18.- Estado Mayor del Ejército. Departamento de Estudios Históricos. Legajo 52, carpeta 23, año 1885.

19.- Crisálidas (poesías). Por Fernando María Guerrero. Segunda edición Phil. Education foundation publishers. Manila, Philippines, 1954. (Primera edición, 1914).

BIBLIOGRAFIA.

APOLANT, Juan Alejandro: "Génesis de la familia uruguaya".Segunda edición, 4 tomos (el último sólo índices). Montevideo, Ed. Vinaak, 1976.

AGONCILLO, Teodoro, "A short history of the Philippines", cit.por MEDINA, Elizabeth, "Reseña geográfica, cultura e historia de Filipinas". Santiago de Chile, 1998.

AYCART ORBEGOZO, José María, "Miguel López de Legazpi, Hombre de Leyes y Conquistador Magnánimo" en Gran Enciclopedia de España y América, serie Los Vascos y América. Ed.Espasa Calpe, Madrid 1990.

DUQUE, Aquilino: "Los vascos y la Hispanidad". En Revista "Arbil, Anotaciones de Pensamiento y Crítica" N° 51. Ed.Foro Arbil, 2001.

PARALLADA, Huáscar: "Coronel Andrés Latorre". Montevideo, 1970.

RETANA Y GAMBOA, Wenceslao: "Indice de las personas nobles y otras de calidad que han estado en Filipinas desde 1521 a 1898". Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1921.

SCHIAFFINO, Rafael, vol. III Historia de la Medicina.

Hacia la tierra del zar (1908)
Un joven filipino, Teodoro M. Kálaw,
observa de cerca el ignominioso imperio de Alejandro II.


Manuel García-Castellón
University of New Orleans


Entre quienes escribieron durante la Edad de Oro del castellano en Filipinas, ocupa lugar excelso Teodoro M. Kálaw (Lipa, Batangas, 1884 - Manila, 1940), ya con solos sus ensayos juveniles. Humanista y teósofo como buen masón, orador, jurista, ensayista, periodista... muy pronto, Kálaw fue todo lo que se podía permitir un joven ambicioso de aquellas últimas generaciones burguesas hispano-filipinas, todavía educadas en la clásica y humanista escuela española. Cursó estudios de Derecho al tiempo que se iniciaba al periodismo en El Renacimiento (el popular diario fundado for Fernando M. Guerrero).

Constitucionalista convencido, Kálaw sería de los primeros en manifestarse a favor de la independencia total de Filipinas respecto de EE. UU. Al mismo tiempo, y como ocurría con la generalidad de su clase "ilustrada," era vocero convencido de una idea nacionalista hispanizante, tan opuesta a los intereses norteamericanos en el archipiélago cuanto contraria a un revisionismo tagalo ya en ciernes. Como redactor jefe del citado periódico, fue sonado el proceso que, junto a Fidel Reyes, se le incoó por querella de Dean O. Worcester, zoólogo y etnólogo en sus ratos libres y Secretario de Estado americano para aquella "Commonwealth," más bien protectorado colonial.

La causa fue el editorial titulado "Aves de rapiña" (1908), escrito por Fidel Reyes y autorizado por Kálaw, que alertaba contra los espúreos negocios inmobiliarios del tal Worcester, así como de su rapaz acecho (encubierto bajo pretexto de pesquisa científica) respecto de los recursos naturales de las islas con el fin de darlos en explotación a los mejores postores extranjeros. Un juez, si no venal, temeroso de adoptar posiciones contrarias al nuevo poder colonial, concedió la demanda a Worcester, quien también obtuvo el derecho de incautarse de El Renacimiento; con vengativa furia, el americano lo clausuró inmediatamente, dando a la venta sus prensas. Todos los rotativos del país, aun los de lengua inglesa como The Free Press, se escandalizaron de la parcialidad del juicio y temieron por la libertad de expresión bajo aquel régimen pretoriano. El proceso se prolongó durante algunos años, hasta que un posterior Gobernador Militar, más conciliador y táctico, absolvió a los encausados sin que éstos llegaran a completar los meses de prisión dictaminados.

Y es que Kálaw, a pesar de sus postulados de clase (era rico, miembro de una acomodada familia agraria chino-cristiana de Lipa, Batangas, según Gómez Rivera), de joven llegó a albergar ideas fogosas de libertad y equidad, acentuadas además por su adscripción al credo masónico que profesaba desde la adolescencia. En su curioso ensayo Hacia la tierra del zar, publicado poco antes del incidente, y donde con rico lenguaje modernista recoge sus impresiones de un viaje a la Rusia zarista, ya se ven sus convicciones democráticas y su repulsa a la arbitrariedad.

Por ser políglota en español, francés, inglés y ruso, así como persona de elocuencia y carácter a pesar de su juventud, Kálaw formó parte de aquella expedición como Secretario (designado por el Presidente Quezon) de la delegación filipina que asistiría a la Conferencia Internacional sobre Navegación, inaugurada en Moscú en 1907. El viaje, que en su totalidad abarcó dos años, y que se extendió por Formosa, Hong Kong, Shanghai, Yokohama, Siberia, Rusia europea, Alemania, Francia y Egipto, fue una rica vivencia en la forja de aquel fino espíritu juvenil, cuya atenta observación de las sociedades por las que pasaría nos llega hoy, a través del tiempo, como una inestimable y luminosa joya documental. A su regreso a Filipinas, en 1907, Kálaw imprimió el ensayo en la redacción de El Renacimiento, siendo el mismo director, Fernando M. Guerrero, quien se lo prologara afectuosamente.

El juicio contra Worcester no arredró a Kálaw en su entusiasmo por la obra cívica y patriótica de Filipinas. Más bien, ello le granjeó enorme popularidad. Con impresionante capacidad de trabajo, Kálaw se inicia entonces en la política activa, siendo elegido diputado por Batangas en la Asamblea Nacional Filipina. En 1917 es nombrado Secretario de Interior, y en 1920, sucediendo a Rafael Palma, acepta la cartera de Instrucción Pública. En 1922 se constituye en asesor jefe de la Comisión Filipina pro Independencia. Aceptó también la dirección del Museo y Biblioteca Nacionales. Ésta última se beneficiaría del rico acervo de libros y manuscritos del propio Kálaw, coleccionista de textos constitucionales. Como tal, fue uno de los artífices de la Constitución filipina de 1935, publicando numerosos escritos en la materia: Como se puede mejorar nuestra Legislación (1910), La Constitucion de Malolos (1910), El divorcio en Filipinas (1911), Las ideas políticas de la Revolución Filipina (1918), Manual de Ciencia Política (1918), La Masonería Filipina, donde según Gómez Rivera lamenta la escisión de la masonería filipina respecto de la española, con su forzada adscripción a la norteamericana (1920), La Revolucion Filipina (1924), El Consejo de Guerra a Andres Bonifacio (1926) y La Campaña del Kuomintang (1928).

Fue miembro fundador de la Academia Filipina de la Lengua Española, en 1929. Sus editoriales en La Vanguardia, como observador y censor de la sociedad filipina, eran leídos y comentados por quienes gustaban de su espíritu idealista. Sus avanzadas ideas no le impedían buscar nova atque vetera en el tesoro de la cultura filipina autóctona. Así, en 1935 publica su opúsculo Cinco reglas de nuestra moral antigua, disertación sociológica sobre el valor, la castidad, la cortesía, la prudencia y la unidad familiar de los antiguos tagalos.

En cuanto a su carrera en la jurisprudencia, es posible que la experiencia rusa –o sea, la observada pugna entre el absolutismo zarista y un constitucionalismo que aspiraba a regenerar la vida política rusa– influiría en él para especializarse en Derecho Constitucional. Andando el tiempo impartiría dicha disciplina en la manilense Escuela de Derecho, de la cual también llegaría a ser director en 1929. A partir de entonces continúa con sus numerosas publicaciones y edita sendos epistolarios de Rizal y Mabini.

El Kálaw literato y periodista está tempranamente representado en Hacia la tierra del zar, que aquí comentaremos. En dicha obra, su juventud se adorna de todo un bagaje de referencias ad hoc: literatura política del momento; documentación sobre historia y sociedades de China, Japón, Rusia, Europa y colonias; conocimiento de Dostoyevski, Korolenko, Gogol, Pushkin, Turgueniev y todos los grandes de las letras rusas; literatura francesa y española de sociología y viajes, etc. El tono literario de la obra lo marca el entonces imperante modernismo. Es la época en que Rubén Darío y José Enrique Rodó infunden a la prosa de lengua española, respectivamente, alteza lírica y orgullo pan-hispánico, ámbito en el que se mueve Kálaw. Empero él, más racionalista, no se deja llevar de las vacías delicuescencias que a la sazón afectan la creación de otros escritores contemporáneos y coterráneos. Por ejemplo, sin ir más lejos, al mismo Fernando María Guerrero, en su prólogo a Kálaw, se le escapa decir que éste, a su vuelta, ha llegado "portando en su maleta de viaje... crisantemos de Japón, rosas de Rusia, miosotis de Berlín, violetas de París y lotos de la vieja India" (viii). Ahí es nada. Más acertado y menos floral anda el prologuista al evaluar a Kálaw como capaz de una obra donde van, "en sincronismo sabio, la fuerza y la belleza, la observación sociológica y la inspiración artística. Este es el mayor encanto del libro. Tiene la armonía deseada entre la vibración del cerebro y el temblor sentimental del alma" (ix-x).

El viaje de Kálaw, a quien acompañan entonces Salvador Roxas, Narciso Alegre, el periodista norteamericano Theo F. Rogers (Director de The Free Press) y Manuel L. Quezon (futuro primer presidente de la Filipinas del Commonwealth), se inicia a bordo de un elegante vapor inglés que va surcando la mar japonesa, el Hong Kong Maru. "De Manila al Japón" es el título de esta primera singladura. Al tocar el navío en el grandioso puerto de Hong Kong, lo primero que aprecia Kálaw es el hervidero laboral de una potente raza futura, los chinos, una vez se liberen de sus servidumbres económicas: "Y el peligro amarillo resucita, evocado por tantos brazos que reclaman en el mundo de la economía pan, trabajo, remuneración" (7). Más adelante, ya en Shangai, de nuevo el activo panorama humano le hace exclamar: "¡Oh, los chinos de los rickshaws, los chinos aurigas, los chinos de los talleres, los sabios chinos de Confucio, realizan hoy la obra del porvenir!" (29).

Con todo, Kálaw forma parte de la clase que hoy suele llamarse "compradora" en los estudios pos-coloniales, es decir, miembro de las aristocracias azucareras de la época. Tal clase históricamente constituye el enlace social con los monopolios neo-colonialistas, y cuyo protagonismo político –siempre sufragáneo antes y después de la independencia– se basa en actividades o bien de importación, o bien de exportación de materias primas. No contribuye por tanto a la industrialización que requeriría el progreso del país. Por tanto, no es de extrañar que Kálaw no cuestione aquellas tutelas coloniales que le parecen eficientes. Además, cuando él escribe aún no se ha disuelto, ni mucho menos cuestionado, el imperio de la filosofia positivista de Comte como programa de estado por excelencia, el cual legitima la necesidad de una clase ilustrada dirigente. Así se ha visto en México, con el abuso de poder por Porfirio Díaz y, con mayor fortuna, en Argentina, Brasil y en ese Japón que ya emerge como poder mundial. Así, en los amos anglosajones de Hong Kong, Kálaw parece ver una necesaria y positiva jerarquía natural:

Arriba, en las cimas, es donde los ingleses positivistas tienen sus palacios de piedra, custodiados por criados chinos, como si fueran enormes manchas multicolores sobre el eterno verde de las eternas montañas... la naturaleza salvaje, después de haber quedado vencida por el genio positivista del rubio anglosajón, sacando de la estéril roca, como con la vara de Moisés, un venero inagotable der riqueza y de prosperidad. (8)

Y por fin hace una mínima comparación del emporio inglés de Hong Kong, de comercio al por mayor, con la menguada actividad comercial de Manila, pero sin ahondar en el problema de una economía que ya comienza a ser alienada por la explotación capitalista extranjera: "No veréis, aquí, como en la calle Rosario de Manila, esa invasión de provincianos que llenan las tiendas llevando dinero a los coolies. En Hong Kong apenas hay compradores por pedazos: todo es grande, hasta las partidas" (12).

Llegado a Formosa, donde la omnipresente policía política japonesa ha reprimido todo signo de insurgencia, también allí parece sancionar el sistema colonial. Retóricamente se inquiere: "¿Y cómo era antes Formosa? Por lo que a primera vista parece, la isla presenta evidentes pruebas de transformación, convertida en un país eminentemente agrícola," es decir, convertido ahora en monocultivo azucarero gracias al capital extranjero (22). El milagro, según él, se ha operado mediante la generosidad arancelaria del gobierno japonés, que ha hecho de Formosa un competidor de Cuba y Hawaii (23). En suma, para Kálaw, Japón es el ayo positivista y eficaz que ha educado a Formosa, aunque sea en japonés y aun a costa de querer obliterar los valores propios de la cultura autóctona. En efecto, no parece distinguir entre alfabetización y mera niponización: "La ocupación japonesa ha llegado en estos momentos en que todavía el analfabetismo predominaba en las masas" (24). También parece admirar que, en la forzada asimilación, haya mediado el colaboracionismo: "El resultado fue beneficioso: los salvajes educados prestaron servicios al gobierno y se encargaron de pacificar a sus compañeros" (25). En lo que sin duda sería resistencia al invasor, él no ve más que torpeza e incapacidad nativas: "A pesar de todos estos esfuerzos, el progreso que se nota es lentísimo. Los chinos no se muestran con aptitud suficiente para la asimilación." (26)

Kálaw, con esa visión que Said ha llamado "orientalista," no se libra del prejuicio anti-chino que, promovido en sus días por las autoridades españolas de Manila, afectaba a una clase "ilustrada" que parecía olvidar su propia mezcla racial con tan importante contingente migratorio en Filipinas. El mismo Kálaw, en su genealogía, cruza elementos chinos con españoles y tagalos, y chino es su mismo apellido, que bajo el régimen colonial español se transliteraba "Cálao," según dato que amablemente nos proporciona el académico Gómez Rivera. El joven reportero reflexiona así a su paso por Hong Kong: "Y se llaman, sin razón alguna, "hijos del Cielo. ... He ahí el peligro amarillo" (13). Antes, con cierto desprecio, ha dicho que "hasta Manila dentro de poco, si no se hubiera acordado oportunamente la restricción [a la emigración china] sería una ciudad de coolies" (12). De los chinos que en Formosa organizan la resistencia anti-japonesa dice sin piedad: "Hay todavía una mayoría de salvajes opuestos al orden. Los chinos de Formosa son todavía más atrasados que los de Pekín." (24).

Sin embargo, cierto materialismo histórico parece imponérsele, quizá como adherencia de alguna de sus heteróclitas lecturas (en las que caben obras de tendencia proto-socialista, como las de ciertos escritores rusos y europeos que él mismo menciona), y vaticina lo que hoy, en el siglo XXI, lleva camino de convertirse en realidad: "Cuando se revolucione de veras esta inmensa multitud levantando la bandera social para expulsar a la legión de dominadores blancos, cuando se den cuenta de su importancia en los destinos del Universo, entonces el peligro amarillo será una dulce realidad" (13). Sin duda, Kálaw tiene noticias de la obra de Sun Ya Tsen, padre de la nueva China.

Cuando verdaderamente se le muestra la dura realidad de la explotación y alienación humanas es al llegar a la desolada Rusia zarista. En Vladivostok, inicio del transiberiano y primer puerto ruso del Pacífico, descubre por primera vez la tristeza de las ciudades rusas, donde "nadie habla, nadie mira, nadie sonríe: todos andan aprisa bajo un sol que apenas alumbra" (64). El gobierno ruso, en la necesidad de poblar la inmensa expansión, ha lanzado todas las levas humanas de la Rusia europea a la remota Siberia, donde, lejos de crear civilización, se asimilarán a la barbarie ya existente. La visión le inspira este elocuente panorama:

Ved estos trenes descendentes del Imperio, que arrojan en cada población, en cada villorrio ignorado, millares y millares de emigrantes haraposos y sucios. Mujeres, niños, viejos macilentos y barbudos, mozos enclenques y pálidos que luego, en estos vastos territorios, formarán la misma masa fanática e ignorante que fabrica cuevas para invernales moradas. ¡Allí están! En grupos compactos, como cuadros de visiones atormentadas, están tendidos a lo largo de las calles, amontonados en las estaciones ferroviarias, cubiertos los ateridos cuerpos con oscuros gabanes de pieles que su miseria arrebatara de ajena prosperidad. Los niños, acurrucados en el seno de sus madres, representan la pobreza doliente que va a extremos lugares en busca de mejor fortuna. (86)

Siberia blanca, fría, desolada, también es ya el horrendo gulag del martirio y destierro, donde el despótico, corrupto y desesperado poder zarista arroja, bajo la mínima sospecha, a intelectuales y revolucionarios:

Aquí han desterrado al bravo Korolenko, al gran Muromtseff, a pobres estudiantes revolucionarios, a los miembros rebeldes de las primeras dumas. Aquí irán a parar las mejores inteligencias del imperio. Para los que piensan en la libertad, para los que persiguen el bien, para los que reclutan gente de acción y de demolición, Siberia ejerce la terrible obsesión de la desgracia, del hambre y de la muerte" (68).

Kálaw llega a Rusia en un momento especialmente tenso para aquel régimen. El imperio ha iniciado una intensa fase de industrialización, pero las condiciones del pueblo continúan siendo calamitosas. La autocracia es el sistema, apoyada por nobles e iglesia. En política exterior, Rusia se une a la entente con Francia e Inglaterra, situándose así frente a Austria-Hungría y Prusia, las "potencias centrales." En otra latitud, la guerra ruso-japonesa, con su corolario de derrotas rusas, ha precipitado las insurrecciones y la repulsa de gobierno y ejército. El sanguinario ministro de Interior Viacheslav Plehve ha sido asesinado. El zar se ha visto obligado a crear la primera Duma en 1904, asamblea parlamentaria que pondría coto a su autocracia, pero que poco después es disuelta por causa del boycot radical. Los obreros emergen como fuerza revolucionaria en el "Domingo Sangriento," 22 de enero de 1905. Los marineros del acorazado Potemkin han protagonizado la primera revuelta en el seno militar. Es por entonces cuando Milyukov, a quien Kálaw entrevista, consigue unificar a todos los grupos liberales en una renovada demanda de constitucionalismo y sufragio universal.

Sin embargo, la segunda Duma también fracasa, esta vez por presiones reaccionarias. La tercera, iniciada en 1907 y dominada por los conservadores, ha intensificado las persecuciones policiales y las deportaciones a Siberia. El joven Kálaw, a través de su abundantes informaciones, sabe que el gobierno del zar, en sus estertores, reacciona furiosamente con deportaciones a Siberia y fusilamientos. Brutal militarismo, represión, arbitrariedad, terror... "Por todas partes el orgullo militar siembra distinciones y gérmenes de odio" (66). "El capricho del zar es el sistema; la ley es el deseo del soberano; nada más" (168). "Sus manos, que empuñan el cetro, están manchadas de víctimas a millares. Es el mago-profeta, el rey-dios. ... Su voluntad es satánica·" (169). Las obras de la gran literatura rusa han sido abolidas: "Fuera el gran Korolenko. Fuera Gorki, Stepniak, Nekrasov.... Fuera Gogol, Turgenieff, Tolstoi..." (173).

El expansionismo territorial zarista también está criticado, pues tal ha sido causa de la guerra ruso-japonesa. En su proyecto de completar el Transiberiano, Rusia ha penetrado violentamente en Manchuria y Corea Septentrional, con masacre y genocidio. Las numerosas derrotas a manos de los japoneses han incrementado las insurrecciones populares y el descrédito de gobierno y ejército. Haciéndose eco de la obra La Rusia Actual (1906), del entonces popular escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, se refiere a la ocupación de Manchuria, donde la soldadesca cosaca, ebria de sangre y de destrucción, aniquila completas poblaciones. En la ciudad de Aigun, por ejemplo, "los cadáveres de los que fueron pacíficos chinos obstruían el río" (81). Entretanto, en Europa y el Cáucaso, varias nacionalidades –polacos, finlandeses, armenios... – se han visto reprimidas y oprimidas. A Kálaw le conmueve especialmente el caso de Polonia, en cuyas ciudades Rusia ha llevado a cabo espantosas masacres, prohibiendo la lengua nativa, imponiendo el ruso en todos los actos de gobierno, en la prensa, en las escuelas, e incluso intentando sustituir el acendrado catolicismo polaco por la ortodoxia de los popes cómplices (159). En cuanto a los judíos, hacinados en barrios mugrientos, emigran por legiones a países extranjeros, huyendo de los fatídicos pogromos: "Apenas se les permite acceder a las Universidades, y al que sobresale se le vigila estrechamente. Basta el capricho de un funcionario para la deportación a Siberia" (181). Asimismo, armenios y musulmanes han sido arrojados a una matanza recíproca por intrigas del mismo poder imperial. Hasta el mismo Gran Ducado de Finlandia ha perdido su precaria autonomía, y el gobernador ruso, dictador sufragáneo, "controla la enseñanza, arresta, deporta, impera, castiga" (184).

Por todo esto ve lógico que las propagandas clandestinas abiertamente socialistas lleguen "hasta las últimas cabañas de las estepas, avivando la sacra llama de las pasiones en letargo. Algún día despertarán, y ese día será la aurora de la Nueva Rusia" (96). Y dado que prisión, destierros y ejecuciones son el pan diario de aquel régimen de pesadilla, la revolución le parece inminente y justificada. "Un promedio de ocho ahorcados por día, según el corresponsal del London Times. La revolución rusa se justifica, por consiguiente. Hay que llamarla, hay que despertarla. Los pueblos que toleran por más tiempo semejante infamia, o son degradados, o son serviles" (175). Anteriormente ha dicho, en otro arranque de idealismo: "En los tiempos de hoy no hay poder supremo, ni caciquismo, ni autocracia, que puedan durar frente al moderno dios del progreso y la libertad: el dios Pueblo. Y esa ley se cumplirá en el pueblo ruso y en todos los pueblos de la tierra" (141).

Pero aunque Kálaw, al parecer sin mucha reflexión se haga eco de algunos exaltados eslóganes, su opción política es atávicamente conservadora. La monarquía, parece sugerir él, al fin y al cabo no precisa ser destruida, con tal de que el zar deje su estilo autocrático por otro de tipo constitucionalista: "Rusia no se pacificará mientras no cambie de régimen, mientras el zar continúe separado de su pueblo" (114). Y aquí soslaya el tema crucial de la propiedad, aunque no deja de aludir al abuso de la repartición agraria, monstruosamente desigual: "Aunque el asunto es de interés innegable desde el punto de vista agrario, la naturaleza de este pequeño libro de impresiones, más bien que de estudio, no nos permite ahondar en cuestiones sobre los sistemas rusos de propiedad" (92). Con todo, admite, en la Rusia asiática, "las llanuras inmensas que pertenecen al zar y a los nobles son un reto escandaloso a la miseria campesina" (93).

La tendencia no radical de Kálaw podría apreciarse también en su elección del opositor político que elige para una entrevista. Va a visitar al célebre Pavel Nikolaevich Milyukov (1859-1943), jefe del Partido Constitucional Democrático, conferencista y analista político moderado, quien sería oportunista notorio en los inciertos días anteriores a la toma del poder por los bolcheviques. Milyukov es partidario de un repartimiento agrario, pero con las debidas indemnizaciones a la nobleza propietaria (129). Aun así, Milyukov, como propagandista del constitucionalismo, ha perdido su puesto de profesor de Historia en la Universidad de Moscú desde 1895, y recibe ataques tanto de radicales como de reaccionarios: "Nuestro partido lucha por una organización parlamentaria bajo un monarca constitucional" (127-128). Milyukov, historiador, explica a Kálaw las cuatro fases hasta el momento registradas por la revolución rusa, a saber: 1) levantamiento general de 1904; 2) primera intervención de socialistas en la Duma; 3) fase constitucional y, por último, 4) fase reaccionaria, en la que según Kálaw, eco aquí de Milyukov, resurgen "los odiados privilegios de la corte, de la nobleza, de la burocracia, y, en 1906, la disolución de una duma que al poder parece demasiado radical (120-131).

Aquí, el mismo Kálaw cree que las dos primeras dumas, de predominio socialista, han ido demasiado lejos en sus exigencias: "En su gesto de soberbia, borrachos de emoción por asaltar el gobierno y conquistar libertades para el pueblo, no han tenido en cuenta que el enemigo era más poderoso que todos ellos juntos" (136). Milyukov le alecciona en cuanto a conciliaciones: "Conviene a todos una acción conjunta, armoniosa y armonizadora, en que intervenga el gobierno lo mismo que la representación popular" (137). Sabido es que Milyukov en lo sucesivo viraría hacia la derecha, y en 1916 a la izquierda de nuevo. Dígase de paso que, bajo los dos gobiernos provisionales que suceden al zarismo, es decir, los de los príncipes Lvov y Kerensky, Milyukov ocupa el cargo de ministro de Asuntos Exteriores, hasta que en 1917 le obligan a dimitir los bolcheviques. Se refugia en París, donde moriría en 1943.

El hecho religioso también ocupa importante lugar en este libro. Kálaw, masón y racionalista, abomina de superstición y fanatismo, a la vez que propugna una religión positivista. A bordo del Hong Kong Maru, camino de China, al atardecer, los anglosajones se dedican a un worship vespertino de biblia, himnario y arrobo místico. Con evidente sorna, Kálaw alude a la religiosidad americana:

¿Quién ha dicho que los americanos son materialistas? Esta vieja que tengo al lado, vestida de riguroso luto, como si recordara perpetuamente la muerte de algún ser, está rezando con idolátrica mansedumbre. Clava los ojos en el cielo, musita una oración, vuelve los ojos a su Biblia y aquí la tenéis, en santa paz, lívida, fantástica, sacerdotal (5).

Como modernista, Kálaw se complace en observar lo exótico de credos y deidades. Diserta sobre sectas y cismas, describe el panteón sintoísta de Amaterasus, Binzuros y Amidas (56). Teósofo, masón y positivista, admira en Japón el ecumenismo que el gobierno ha decidido desde la más alta cúspide religiosa, para bien social. Asimismo, inspirado por la concepción hegeliana del "alma de los pueblos," el sintoísmo de shogunes y samurais le parece válido custodio de viejos valores culturales. "Enseña el heroísmo además de la virtud, el honor individual además del bien divino, el culto a los patriotas vivos o muertos" (51).

Por el contrario, en la teocrática Moscú de las cien catedrales, la exagerada devoción ortodoxa le produce irritación. Ante las escaleras de los fastuosos santuarios, los infelices y desposeídos hacen genuflexiones groseras de idolatría. No veréis en el fondo de todo, en lo material y en lo moral, en los objetos y en los hombres, más que un pobre e irredento pueblo, fanatizado y esclavo, que ha gastado incontables millones en templos de adoración y que no tiene un céntimo para aplacara el hambre de los que se mueren todos los días, todos los días, en la dolorosa oscuridad. (100)

Admite que en todas partes hay fanatismo, pero en Rusia esto le parece llegar a los extremos más grotescos. "Porque este rebaño dócil de la iconocracia no ha llegado a comprender todavía lo que es la verdadera religión"· (186).

En suma, Kálaw ofrece una visión de China, Hong y Formosa propia del "orientalismo" que le han legado sus lecturas y concepciones europeas. No en vano su clase "ilustrada·" siempre se identificaría como fuertemente asimilada a la del dominador europeo. Dicho orientalismo, en la concepción de su propio postulante Edward Said (Orientalism, 1976), derivada de Gramsci, consiste en dar de ciertas sociedades exóticas una imagen de inmovilismo social que, impidiendo fatalmente el desarrollo democrático de esos pueblos, justificaría la intervención política y militar extranjera en ellos, pues que al mismo tiempo son inmensamente ricos en recursos explotables. La visión orientalista, pues, de suyo deshumanizante, estereotípica y mistificadora (i.e., privada de fundamentos objetivos), nace como cómplice más o menos consciente de los imperialismos. Ciertos escritores españoles de finales del s. XIX (Feced, Chápuli, Barrantes, etc.) también incurrieron en orientalismo al referirse a una Filipinas tan paradisíaca como incapaz de autogestión. On ello, sabido es, ofendieron a f filipinos conscientes como Rizal, M. H. del Pilar o López-Jaena.

Algo menos orientalista resulta Kálaw en su visión de Rusia, cuyas masas, por muy fanáticas y postradas, no le parecen exentas de redención futura. Esto, en Kálaw, se debe a que él asimila –y profiere él mismo a lo largo de su ensayo– los eslóganes protosocialistas de muchas de sus lecturas rusas y europeas contemporáneas que profetizan con lógica histórica el inminente fin del zarismo y el aura de una nueva Rusia.

Con sus contradicciones de clase, pero con elegante prosa, sentido de la circunstancia internacional e interesantes observaciones de artista e intelectual, Kálaw contribuye con la narrativa de viajes a la breve pero brillante fase de la literatura filipina en castellano.

Obra citada:
Kalaw, Teodoro Manguiat. Hacia la tierra del Zar. Líneas prefaciales de Fernando M. Guerrero. Manila: Librería Manila Filatélica, 1908.

La obra original, en archivo digital, University of Michigan Library:
http://www.hti.umich.edu/cgi/b/bib/bibperm?q1=AEQ6686.0001.001

AMERICANIZACIÓN
(La Vanguardia de Manila, XCVIII, septiembre 9, 1927)
por Teodoro M. Kálaw

(con notas de Guillermo Gómez Rivera)

(Leamosle a Teodoro M. Kálaw, en otro artículo suyo publicado en LA VANGUARDIA DE MANILA y que ahora tomamos de su libro DIETARIO ESPIRITUAL. En ese mismo artículo, ya se venía diciendo, desde 1927, que la "Americanización" NO ES NADA BUENO para los filipinos. GGR)


Cuando el Senador Bingham hace sólo algunos días lanzó la idea de la americanización de las Islas, todos los filipinos, grnades y pequeños, especialmente los grandes, lanzaron un rugido de protesta. ---¡Imposible! ¡Imposible!--- dijeron todos a la vez, poseidos de legítimo orgullo nacional.


La americanización, en efecto, como idea, ha muerto en Filipinas hace tiempo, y si se me apura he de decir que ya había muerto con las dos muertes de Pardo de Tavera: su muerte política en 1907, en que subió el nacionalismo, y su muerte natural veinte años después ocurrida en su residencia en Santa Mesa...

(Por lo visto, Pardo de Tavera no parece haber gozado de alguna popularidad positiva por parte de la generalidad del pueblo filipino de entonces, pueblo auténticamente filipino por ser, precisamente, de habla-hispana. GGR)

Pardo de Tavera era entre los nuestros, el más grande, el más decidido y el más honrado campeón del americanismo, del americanismo sano, que no es otro que la importación de lo mejor de la civilización americana, ----Ideas americanas necesitamos, ---decía pardo cuando todavía estaba en el poder, ----prácticas americanas, instituciones americanas y, especialmente, idioma americano----. Estos propósitos los encarnó él (Pardo) en una organización política que, al fracasar en el pueblo, mató a su vez el ideal que la caracterizaba: la anexión (de las Islas Filipinas a EE.UU. como un estado parecido a la situación de Puerto Rico.GGR)

Ahora bien, desde entonces hasta hoy, y mayormente hoy, en estos días de ardiente asiatismo, no podemos oir hablar de americanización sin una protesta inmediata en los labios, como si se tratara de algo que va a arrancarnos el corazón y el alma. (Proféticas palabras porque es lo que ahora, 2005, se ve en esta actual Filipinas sumida en un terrible caos político como económico. GGR)

Lo que yo digo, sin embargo, es que, a pesar de nuestras protestas, y a pesar de la muerte de Pardo de tavera, y a pesar de los triunfos del nacionalismo en el seno de neustros partidos políticos, estamos AMERICANIZANDONOS más pronto de lo que parece y con la peor clase de americanización que pudiésemos desear porque es la americanización de las necesidades materiales, de lasnecesidades que forman el hábito individual y que ya no se dejan.

Un filipino de gran inteligencia y perspicacia me decía que nuestra convicencia con una nación de más alto 'standard' de vida, nos está obligando a adoptar materiales de civilización que todavía no nos conviene usar por nuestra condición de país pobre.

La americanización, pues, que se está llevando a cabo, ya no es sólo la americanización de las escuelas, de los libros de texto, del idioma, de als instituciones políticas, sino la americanización de nuestras necesidades materiales, desde los automóviles, las corbatas, los sombreros, las camisas, los zapatos, hasta los papeles y el último recado de escribir.

¡Crear necesidades en todas partes! ---tal es el grito de avance del capitalismo invasor que es, a la vez, el vae victis para los pueblos invadidos que no tienen vida industrial propia..

(Alli está la causa principal o lo que diriamos es la "madre del cordero',. En 1927, Don Teodoro M. Kálaw tan solamente nos la describe pues aun no sabía lo que ahroa sabemos es el neo-colonialismo que consiste en controlar económicamente a un pueblo, acostumbrandolo a comprar todos los productos de EE.UU. mientras se fomente en él un desdén por los productos de su propio país. Hasta ahora, Filipinas no tiene industrias en el verdadero sentido de esta palabra. De eso se cuidaron en conseguir los neo-colonialistas WASP usenses durante su regimen directo sobre estas islas hasta, dicen, 1946. Es como si, hasta ahora, Filipinas no fuese una vil colonia WASP usense hastaen el uso de papel de estraza. GGR)

Muchos creen que la extranjerización sólo se manifiesta en lo malo y ridículo que nos trae la importación de fuera (la usense GGR) como los pantalones 'balloon, las faldas cortas y los cabellos 'bobeados' (bobhair), y que, condenando esos pantalones y ridiculizando esos cabellos y esas faldas, y haciendo que neustros hijos y nuestras hijas no imiten los malos ejemplos, habremos para siempre alejado todo peligro. ¡Candidez! nada más que candidez!

Hay otra extranjerización o americanización que viene, que ya ha llegado, que ya se está propagando, hoy más fuerte que ayer, y mañanana más terrible qwue hoy, y es la extranjerización, la americanización de nuestros deseos y necesidades, por la cual nos vemos INNECESARIAMENTE compelidos a usar cosas extranjeras, o a preferir lo extraño a lo nuestro, por la fatalidad de la costumbre.

Ese es el peligro que debemos evitar para el pueblo todos los filipinos, sean grandes o pequeños...

(Don Teodoro M. Kálaw, nos demuestra que los filipinos de habla española como él, sabían lo que les venía encima. Son los filipinos que dejaron de hablar español (por su educación en inglés) los que hasta ahora no saben, no se percatan, de lo que les ha venido, y les viene, encima. Su solución es salir de Filipinas o servilmente someterse al neocolonialismo que los pisotea muy acabadamente. GGR)

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