¿POR QUÉ SE VIVE TAN MAL EN MANILA?
A la hora de imaginar una ciudad ideal, la mayoría estaremos de acuerdo en que debe tener ciertos atributos positivos: un transporte público rápido y eficiente, amplios parques y zonas de recreo para niños, hospitales públicos de calidad, una educación pública que estimule el pensamiento crítico y la autonomía del estudiante, carreteras en buen estado, avenidas con anchas aceras para pasear con papeleras, una buena iluminación, servicios rápidos de atención al ciudadano en la administración, facilidades para los emprendedores desde el punto de vista legal y burocrático, limpieza, cierto sentido de la estética (claro, no todos tenemos la suerte de poder vivir en Siena), y una oferta cultural variada y asequible. Podríamos ampliar la lista, pero sería abundar en vano.
Ahora imagínese lo contrario: una ciudad con un transporte público ineficiente, sucio, lento y contaminante; ausencia casi total de parques y los que existen, o son demasiado pequeños, o están en un estado lamentable; hospitales públicos donde las camas se amontonan en pasillos y jardines por falta de espacio, o donde cada cama la comparten dos pacientes; una educación pública que fabrica ignorantes supinos en serie; unas carreteras dignas del Rally Paris-Dakar; aceras inexistentes o estrechísimas llenas de obstáculos e inadaptadas para personas con problemas de movilidad; un funcionariado lento, desmotivado, mal pagado y corrupto; dificultades, trabas y corruptelas de todo tipo para aquel que quiera lanzarse a abrir un negocio legal; suciedad a raudales; una fealdad construida a base de torres insípidas de cuarenta pisos y centros comerciales con forma de cubo rodeados de chabolas; por último, una oferta cultural paupérrima para la capital de un país con casi cien millones de almas.
Sí, usted lo ha adivinado: la segunda descripción corresponde a Manila. No hay un ápice de exageración.
Ahora imagínese lo contrario: una ciudad con un transporte público ineficiente, sucio, lento y contaminante; ausencia casi total de parques y los que existen, o son demasiado pequeños, o están en un estado lamentable; hospitales públicos donde las camas se amontonan en pasillos y jardines por falta de espacio, o donde cada cama la comparten dos pacientes; una educación pública que fabrica ignorantes supinos en serie; unas carreteras dignas del Rally Paris-Dakar; aceras inexistentes o estrechísimas llenas de obstáculos e inadaptadas para personas con problemas de movilidad; un funcionariado lento, desmotivado, mal pagado y corrupto; dificultades, trabas y corruptelas de todo tipo para aquel que quiera lanzarse a abrir un negocio legal; suciedad a raudales; una fealdad construida a base de torres insípidas de cuarenta pisos y centros comerciales con forma de cubo rodeados de chabolas; por último, una oferta cultural paupérrima para la capital de un país con casi cien millones de almas.
Sí, usted lo ha adivinado: la segunda descripción corresponde a Manila. No hay un ápice de exageración.
En cuatro años que llevo viviendo en esta jungla incivilizada, sólo he podido notar como al tráfico ha empeorado notablemente. Y todo irá a peor, y cuando llegue el momento de buscar un responsable a quien culpar de semejante desatino, el filipino buscará a un culpable que nunca será él: los kastilas, los tifones, los políticos, la pobreza o que Dios ya no les quiere.
*A*L*A*S*F*I*L*I*P*I*N*A*S*
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