viernes, julio 31, 2009

Revista Filipina (Tomo V N° 2 Otoño 2001)




NOTA IMPORTANTE: Tomo V N° 1 (publicó en el otoño de 2001) está perdiendo. Lo voy a pedir del Sr. Farolán la próxima vez.

REVISTA FILIPINA
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Una Revista Trimestral de la Lengua y Literatura Hispanofilipina
Tomo V No. 2 Otoño 2001
Director: Edmundo Farolán
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Editorial
Algunas Cuestiones Sobre la Hispanidad [2a parte] | por B. Piñar López
Las Compañías Españolas Después De La Revolución Filipina | por Florentino Rodao
La Zarzuela Filipina en Montreal | por Manuel Betanzos Santos


Editorial | AEEP Y CIREF
por Edmundo Farolán


Empezamos nuestro quinto año publicando artículos y comentarios sobre la literatura y linguística hispanofilipina. Cada vez que publicamos algo, siempre hay algo nuevo que sobresale. Y en estos últimos días, nos hemos puesto en contacto con actividades del AEEP en la Universidad de Salamanca, con varias publicaciones que esperamos publicar, basadas en las poenencias de los participantes de esta asociación.

Sé que el interés, en particular con el crecimiento del grupo del círculo hispanofilipino empezado por el alemán Andreas Herbig, con la participación y cartas escritas por Ramón Terrazas Muñoz, fundador de CIREF, y ahora, un nuevo acontecimiento, el grupo AEEP.

¡Qué maravilloso ver estos grupos, estos debates, estas ponencias, y cartas intercambiadas en el internet por varios individuales expresando la situación hispanofilipina!

Nuestra humilde publicación sirve como apoyo a todos estos grupos y estamos aquí para servirles a todos que desean intensificar el hecho de que la identidad filipina está vinculada a lo hispano, y que somos todos hermanos con los latinos que forman parte de la identidad hispana.--EF


Algunas Cuestiones Sobre la Hispanidad [2a parte]
Por B. Piñar López


(El autor es Notario[fedatario público en España] y estuvo en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid como director hasta que, tras un viaje por las Islas Filipinas, fue cesado por el gobierno por escribir un artículo en el periódico ABC contra la política exterior de los Estados Unidos, que en el archipiélago, estaba arrasando la cultura propia de Filipinas.)

Fue Rubén, el poeta de los cisnes, las princesas y las crisálidas el que nos trajo el mensaje de las ínclitas razas ubérrimas, el que infundió, al brindarnos la estupenda y melodiosa, energías nuevas para deshacer la farándula deambulante y perezosa de la vida nacional y convertirla en una empresa dinámica, tensa y contagiosa:

"¿Quién será el pusilánime
que al vigor español niegue músculo
o que al alma española
juzgase artera, ciega y tullida?
Únanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersos,
formen todos un solo haz de energía ecuménica.
Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente.
Juntas las testas ancianas ceñidas de lincos lauros
y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora.
¡Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros.
Inclitas razas ubérrimas, sangre de Hispana fecunda!"

Ganivet, en su Ideario español, ya había escrito: "Noli foras ire: in interiori Hispaniae habitat veritas."

Pero es Ramiro de Maeztu, el convertido, el que había anhelado ir "hacia la otra España", el que escribe, sembrando la fe: "La obra de España, lejos de ser ruina y polvo, es una fabrica a medio hacer, como la Sagrada Familia de Barcelona o la Almudena de Madrid o, si se quiere, una flecha caída a mitad del camino que espera el brazo que la recoja y lance al blanco, o una sinfonía interrumpida que esta pidiendo los músicos que sepan continuarla." "El ideal hispánico esta en pie y, por mucho que se haga por olvidarlo, mientras lleven nombres españoles la mitad de las sierras del globo, la idea nuestra seguirá saltando de los libros de la mística a las páginas graves y solemnes de la historia universal."

Este bagaje ideológico y emotivo movilizó a los nuevos alarifes, a los músicos noveles, a los guerreros barbilampiños a continuar la obra interrumpida, la sinfonía inacabada, a encorvarse hasta el suelo, a tomar la flecha y acerarla con precisión para abrirse camino en la fronda y en la maraña de los errores, de las calumnias y las desidias.

Ahí estaban las mas recientes interpretaciones de la América española, que era preciso examinar con agudeza y desenmascarar con denuedo.

En primer lugar, la que estima el paso de. España como algo advenedizo y extraño que se yuxtapone a la población autóctona y que es preciso sacudir y expulsar con objeto de que aquellas espléndidas civilizaciones vernáculas recobren su vigor y su grandeza primitivos. La América española es una creación artificial, lo que cuenta es Indoamérica, e indigenismo se llama la doctrina redentora que es necesario predicar frente a la opresión de la conquista.

Se utilizan los tópicos conocidos, se montan leyendas con hecatombes de indios pacíficos e inocentes y de tal modo se exagera la nota de brutalidad de los españoles, que Clemente Orozco, uno de los más grandes pintores mejicanos, no ha podido por menos, criticando el indigenismo, que escribir estas paginas humorísticas:

"La Conquista no debió haber sido como fue. En lugar de capitanes crueles y ambiciosos, España debió mandar una delegación numerosa de etnólogos, antropólogos, arqueólogos, ingenieros civiles, cirujanos, dentistas, veterinarios, médicos, maestros rurales, agrónomos, enfermeras de la Cruz Roja, filósofos, filólogos, biólogos, críticos de arte, pintores murales y eruditos en Historia.

Al llegar a Veracruz, desembarcar de las carabelas carros alegóricos enflorados y en uno de ellos Hernán Cortes y sus capitanes, llevando sendas canastillas de azucenas y gran cantidad de flores, confites y serpentinas para el camino de Tlaxcala.

Y después de rendir pleito homenaje al poderoso Moctezuma, establecer laboratorios de bacteriología, neurología, rayos X, luz ultravioleta, un departamento de asistencia pública, universidades, kindergartens, bibliotecas y bancos refaccionarios...

Poner a Alvarado, a Ordaz, a Sandoval y demás varones fuertes de gendarmes, a cuidar las ruinas... Aprender ellos mismos los 782 idiomas diferentes que se hablaban. Respetar la religión indígena...

Impulsar los sacrificios humanos, con departamento de engorde y maquinaria moderna para refrigerar y enlatar y sugerirle, muy respetuosamente, al gran Moctezuma que estableciera la democracia en el pueblo, pero conservando los privilegios de la aristocracia."

Pero es que la construcción ideológica de Indoamérica es radicalmente falsa en su base y deletérea además, si de la misma se deducen sus naturales consecuencias.

Es falsa en su base porque, sin perjuicio de los abusos inherentes a toda empresa humana, la médula del quehacer español en América no fue otra que la expansión del Evangelio. La Conquista no fue encomendada a empresas comerciales, provistas de concesiones y privilegios, que asegurasen, en todo caso, rentas ajustadas a la Corona, ni fue tampoco el resultado de una huída de grupos disidentes que buscaban cobijo a su preciosa libertad. La empresa española fue una empresa del pueblo y del Estado, fieles, absolutamente fieles, a la convicción ortodoxa que pliega y subordina los intereses temporales al más alto servicio de Dios y de las almas.


La Zarzuela Filipina en Montréal
Por Manuel Betanzos Santos


[Nota de Tony P. Fernández: Durante la época colonial española fueron frecuentes las representaciones de zarzuela en Filipinas. La llegada desde España de compañías de zarzuela y ópera en Filipinas, promovieron entre los filipinos un interés y un gusto por este género musical que se llamó 'zarzuela' y que andando el tiempo, se popularizó y se extendió por todo el país.

En 1991, la compañía teatral TANGHALANG FILIPINO del Centro Cultural de Filipinas, hace una gira por el Canadá y estrena por primera vez en Montreal la zarzuela PAGLIPAS NG DILIM. Entre los escritores que cubrieron el evento teatral fue Manuel Betanzos Santos (fallecido), corresponsal de un periódico de Barcelona. Betanzos ha enseñado lengua y literatura española en varios centros docentes. Desde su llegada al Canadá vino cultivando y difundiendo la poesía hispana a través de Boreal, revista internacional de poesía que él fundó en 1965.]


La Zarzuela Filipina en Montreal

MONTREAL- La zarzuela, esa pieza melodramática del teatro español del siglo XV11, llamada así por representarse en una posesión real y en tiempos de un Calderón de la Barca con grandes alardes escénicos en el Buen Retiro de Madrid, alternando la declamación con el canto, el diálogo con la poesía y la danza, lo cómico con lo serio, los sentimientos con la ironía de la crítica social, etc… ha llegado a Montreal por primera vez y nada menos que desde Filipinas, recordando un tanto a España desde ese precioso rincón espiritual que forma parte de sus tradiciones culturales.

Actualmente la compañíia teatral TANGHALANG FILIPINO del Centro Cultural de Filipinas, patrocinada por el Departamento del Turismo Filipino y varias Asociaciones Filipino-Canadienses, hace una gira por el Canadá promoviendo la cultura filipina en sus comunidades, invitáandolas a un acercamiento a la tierra de origen. Esta presentó en un teatro local montrealense la zarzuela PAGLIPAS NG DILIM (título en tagalog que se podia traducir por "Al pasar la noche…") ante un público atento y emocionado por el recuerdo de cosas y palabras que revive en un presente.

PAGLIPAS NG DILIM, con un elenco teatral de 36 comendiantes, a quien mejor, fue escrita en la Segunda década de este siglo por Precioso Palma y León Ignacio. Habiendo sido ya representanda en Manila en el año 1969, esta vez bajo la dirección del joven director Nonon Padilla obtuvo en Montreal un éxito extraordinario. Al terminar la pieza, fuí presentado a su director y éste me preguntó por el origen de la zarzuela que al parecer escriben "SARSUWELA". Entonces me dijo que, hoy día, los jóvenes y estudiantes la siguen muy de cerca y que tiene otras en proyecto, pero con Paglipas ng Dilim irá a Sevilla para representarla durante la Exposición del 92.

El tema de esta zarzuela es típicamente costumbrista. Es una comedia que resalta los valores humanos, que busca una identidad filipina, al mismo tiempo que critica su sociedad en tono festivo. Dos jóvenes, una vanidosa y hecha a la vida fuelle Americana (la alembong) y otra tímida que representa a la verdadera mujer filipina (la llamada tunay na filipina o "Maria Clara"), entran en la vida de un joven enamorado que acaba de hacerse doctor.

Merodeando entre ellas, al final triunfa, en sus idas y venidas, el idealismo amoroso y romántico que justifica el buen sentido. Alrededor de los tres jóvenes giran amistades confidentes, cómicos de comparsa que rompen posibles tensiones, padres ridículos y otros personajes, en movida acción. Esta empieza en 1920 con el primer acto, viéndose cambios de ropaje y actidudes así como situaciones de lugar; desde el jardín burgués con su jolgorio de fiesta hasta la empaquetada etiqueta de la recepción matrimonial del tercero. Lo maravilloso, entre tanto, es la actuación de este teatro con apariciones sorprendentes de coreografía y vistosos trajes a lo que se añade el lenguaje empleado. Este se expresa en una mágica conjugación de tagalog, español (la pieza empieza por un hola y termina casi con un buenas noches rotundamente enunciados), inglés, "taglish" (mezcla de inglés y tagalog), sin olvidar el chabacano o "lengua de trapo" que es el que más se acerca a la lengua de los españoles en Filipinas y que resulta muy interesante semánticamente.

Al salir del teatro me fui andando con Tony Fernández, periodista Filipino e hijo de español, merecedor de premios por su acendrado sentimiento filipinista y defensor de lo español en su patrimonio cultural, un 'rara avis' entre los pocos hispanistas que van quedando en las Islas. Tony me dijo que la zarzuela estuvo prohibida en Filipinas durante la ocupación japonesa de los años 40 porque los nipones creían ver en ella un mensaje subversivo. Me corroboró lo que poco ante me dijera el director de Paglipas ng Dilim, es decir, que la zarzuela hoy está en moda en Filipinas, esquivándose un tanto la música machacona de Hollywood. Un fuerte abrazo a todos ustedes.


Las Compañías Españolas Después De La Revolución Filipina
Florentino Rodáo [Universidad Complutense de Madrid]


La respuesta de los españoles ante el fin de su período de dominación colonial se puede ver desde una perspectiva más completa analizando su reacción posterior, puesto que los textos contemporáneos, escritos al calor de la derrota, no la expresan sino parcialmente. En este sentido, puede ser revelador un informe norteamericano escrito durante la ocupación japonesa, en el que señalaba con una cierta intranquilidad: "Desde la adquisición de las Filipinas por Estados Unidos, los residentes españoles en las islas han ejercido una influencia económica desproporcionado a su número (aproximadamente 4000) por medio de su extensas posesiones de tierra agrícola trabajada con inquilinos nativos que están solo ligeramente por encima del nivel de servidumbre"[2].

El informe muestra que la capacidad de supervivencia de estas empresas se desarrolló mucho más allá del período cubierto por el manto protector de su metrópoli. En este trabajo pretendemos analizar las razones de esta supervivencia, tan bien llevada aparentemente, a lo largo de casi medio siglo. Para ello, analizaremos primero los problemas y la evolución de los intereses económicos españoles a lo largo de estos años, haremos una breve síntesis de las principales empresas españolas en el momento de empezar la Guerra del Pacífico y finalizaremos analizando la razones de esa relativa buena salud, que no se debían exclusivamente a las posesiones agrícolas ni a esos niveles de servidumbre que habían estado en manos del propio gobierno americano de solucionar durante cuatro décadas.

I) LOS INTERESES ECONÓMICOS ESPAÑOLES DESDE 1898

Pocos eran los intereses económicos españoles, ciertamente, cuando el poder político de Madrid llegó a su fin en Filipinas. Aunque las empresas españolas habían gozado de los obvios privilegios de un gobierno colonial, les habían faltado los recursos necesarios para usar esos recursos que estaban disponibles: el capitalismo español era aún débil y la propia península era dependiente económicamente, principalmente en manos de capitales franceses. Habían faltado los medios necesarios para usar esos recursos disponibles y uno de los pocos ejemplos de empresas coloniales fue la fundación en 1881 de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, conocida popularmente como Tabacalera y con una buena parte de su capital, precisamente, de origen francés. En el llamado Archipiélago Magallánico, aunque ondeaba la bandera española, eran empresas de otras naciones, en buena parte la británica, las que sacaban el beneficio económico[3].

El débil capitalismo español, sin embargo, solo explica parte de la escasa implantación de empresas españolas en las Filipinas, porque el caso de la otra gran colonia perdida en 1898, Cuba, fue casi totalmente opuesto. Era la Joya del Imperio, y de donde los capitalistas españoles obtenían cuantiosos beneficios que se repatriaban a España. Habían una falta de balance dentro de ese Imperio donde nunca se ponía el sol, en definitiva, entre las colonias en las Antillas y las colonias en el Pacífico: unas eran las que se sentían más unidas a España, donde se hablaba español, y las otras eran las más alejadas, y donde la implantación del idioma y de los mismos emigrantes españoles era escasa. Así, cuando se perdió la Guerra ante los Estados Unidos, la separación de Cuba fue sentida como una gran pérdida.

La pérdida de Filipinas también se sintió mucho en España, pero de alguna manera la percepción hubo de ser diferente, porque los más de tres siglos bajo dominación española habían quedado disminuidos por esos contactos no tan frecuentes, por esa menor sensación de cercanía, tanto cultural como física e incluso por los escasos beneficios económicos que había producido a la Corona. "Mas se perdió en Cuba", es un refrán que nunca se aplicó a Filipinas. Mas aún, podríamos afirmar que después de los primeros momentos hubo incluso una cierta sensación de alivio, puesto que el salvar las almas de los indígenas y el prestigio habían sido las únicas razones para mantener las islas desde que en el siglo XVII se olvidaron los intentos de plantar pie en el continente asiático. Así, cuando se supo que los Americanos pretendían quedar en Filipinas y en Guam, se iniciaron unas rápidas negociaciones con Alemania para la venta del resto de la Micronesia. Berlín estaba únicamente interesado en la adquisición de las tres islas productoras de copra, pero España quiso vender el "paquete" entero y se llegó inmediatamente a un acuerdo. Tan pronto, que no había sido firmado aún el Tratado de París y hubo que mantenerlo en secreto por un tiempo.

Llegados los nuevos gobernantes americanos, tres fueron las principales causas que socavaron el poder económico de los españoles: A) El ataque físico, B) la pérdida de privilegios y C) la relajación de sus súbditos en su relación con España.

A) Los ataques contra los intereses de los españoles llegaron pronto, fueron normales en el contexto de revolucionario y llevaron al abandono de un buen número de españoles de las Filipinas, tanto por la violencia ejercida directamente como por el temor a que se produjera[4]. Los ataques mas importantes al poder económico, no obstante, vinieron poco después de instalarse el poder americano, para acabar con las extensas posesiones de las ordenes religiosas. Tras unas negociaciones en las que participó el Vaticano, hubieron de vender la inmensa mayoría de sus propiedades al gobierno norteamericano.

B) La pérdida de privilegios se dejó sentir también, puesto que los privilegios recibidos por medio de leyes, disposiciones o reales decretos a lo largo de los siglos también podían usarse por el nuevo poder político para quitarlos.

Fue un proceso más lento; los españoles trataron de mantenerlos el mayor tiempo posible consiguiendo que en el Tratado de París se aprobara la cláusula IV estableciendo un período de 10 años durante el cual los nacionales de ambos países tenían igualdad de condiciones para acceder al mercado filipino. No se consiguieron muchos privilegios, no obstante, porque Washington evitó tomar medidas que permitieran aprovechar ese período de gracia, y durante esa década las medidas aprobadas fueron encaminadas a beneficiar las exportaciones americanas al mercado filipino. De hecho, el libre acceso de algunos productos filipinos al mercado norteamericano sólo comenzó a parte de 1909, por medio de la ley Payne-Aldrich. Washington, con estas medidas, evitó un trato preferencial a España, entre otras razones porque habría obligado a concederlo también a otros países por medio de los acuerdos de nación más favorecida. A eso no estaba dispuesto el gobierno de Washington; el mercado de este archipiélago había de estar protegido para las mercancías norteamericanas, aunque en China se estaba defendiendo, en esos mismos momentos, una política opuesta de "Open Door" o "Puertas Abiertas"[5].

En muchas ocasiones, los privilegios de las empresas españolas se perdieron simplemente por su nueva condición de extranjeros. La legislación sobre fletes puede ser un buen ejemplo de ello. La obligación de usar barcos de bandera norteamericana para la exportación de productos fuera del archipiélago fue una consecuencia clara del cambio de soberanía[6], aunque la prohibición de comprar o incluso sustituir barcos de compañías o individuos que no fueran de nacionalidad americana o filipina fue una medida general que afectó principalmente a los españoles y Tabacalera, que había sido la más importante de las empresas dedicada al tráfico de cabotaje en Filipinas al comenzar el siglo, fue muy afectada. Cuando fueron sacadas a concurso 21 rutas de navegación en marzo de 1905, la oferta de Tabacalera fue rechazada, aparentemente por ser muy cara[7]. La prohibición de adquirir o sustituir los barcos dejó la flota de Tabacalera reducida la mínima expresión y la flota total de 5.811 toneladas en 1926 se redujo a 1.186 en 1940, cuando en ese año se podían contabilizar en Filipinas 43.000 toneladas solamente entre los 35 barcos de más de mil toneladas[8].

Aunque se creo la Tabacalera Steamship Co. como empresa subsidiaria, fue sólo una solución parcial. El daño a la empresa fue grande, porque Tabacalera necesitaba tener medios de transporte propios. Su poderío económico también fue reducido por la venta de algunas de sus haciendas, como San Luis y Apolonia en la isla de Negros, entre 1935 y 1936, a causa de las "diversas medidas para proteger a los arrendatarios y aparceros, [por lo que] se fue creando una situación incómoda para la Compañía reflejada reiteradamente en su documentación interna"[9].

No solo los americanos hubieron de intentar reducir el poder económico de los españoles; la propia elite filipina luchó por engrandecer sus fortunas por medio de regulaciones que obstaculizaran la competencia de empresas de españoles o que las impidieran participar en determinados negocios. Quezon, por ejemplo, cuando aun era senador, en 1935, propuso un artículo en la Constitución de la Mancomunidad prohibiendo la venta al por menor y al por mayor a otras nacionalidades que no fueran americanos o filipinos.

C) La relajación de los lazos con la península y entre la propia colonia española fue otra de las consecuencias naturales de esas décadas sin estar bajo la dependencia directa de Madrid. El número de nacionales disminuyó, tanto por las mayores dificultades para inmigrar como por la marcha de los funcionarios y soldados españoles. Además, muchos hijos de españoles adquirieron la nacionalidad filipina y llegó a ser normal que en una misma familia hubiera miembros de diferentes nacionalidades, aunque todos ellos nacidos en las Filipinas. Al proceso normal de pérdida de lazos, no obstante, se unieron los conflictos entre la colonia a raíz de la Guerra Civil española, dividida no entre dos, sino entre tres grupos principales: republicanos izquierdistas y hacenderos vascos nacionalistas apoyando a la república por una parte, falangistas apoyando denodadamente al gobierno de Franco por otra y las profundamente conservadoras familias poderosas, que si bien comenzaron apoyando al gobierno de Franco, se fueron alejando después ante el creciente acercamiento a los países del Eje tras el comienzo de la II Guerra Mundial. No hubo violencia física generalizada en estos conflictos, pero si crearon un ambiente enrarecido que impidió volver a actuar o presionar conjuntamente.

Y aunque el poder económico y de presión se había decantado principalmente el bando de las familias poderosas, estas fueron las que decidieron de una forma más clara acelerar so proceso de toma de la nacionalidad filipina como forma de proteger sus propiedades, en parte por el temor a que fueran confiscadas en caso de una entrada de España en la guerra y en parte siguiendo los deseos del presidente de la Mancomunidad, Manuel L. Quezon, de crear una clase alta nacional. Miembros de las familias Roxas, Elizalde y el propio Andrés Soriano, el hombre mas influyente de la comunidad, renunciaron a la nacionalidad española en este período. Con ello, la comunidad española como tal perdió definitivamente su poder de influencia política[10].

II. LAS EMPRESAS ESPAÑOLAS.

Bien directa o indirectamente, la situación económica de los súbditos españoles en el Archipiélago giraba en general alrededor tres compañías de negocios o bien de las ordenes religiosas. Dejando a estos a un lado, estas principales empresas españolas eran: Tabacalera, Andrés Soriano & Cia y Elizalde & Cia.

A. COMPAÑÍA GENERAL DE TABACOS DE FILIPINAS.

Fundada en 1881 tras el fin del monopolio del tabaco, pasó a trabajar con todos los productos de exportación de Filipinas, como la copra, el abacá o el azúcar, además de negocios como los transportes marítimos o la destilación de alcohol. La revolución filipina estalló cuando los frutos de las inversiones comenzaban a dar sus primeros frutos tal como ocurrió con la principal hacienda, la Luisita, en Tarlac o con la creación de una de las principales fábricas de tabaco de entonces en el mundo, La Flor de la Isabela. Construyó un excelente sistema de almacenes para recogida de tabaco que se pasaron a utilizar también para el resto de productos y hasta la I Guerra Mundial sus principales beneficios vinieron, por orden decreciente, de los acopios de tabaco en rama, de la elaboración del tabaco, del acopio del azúcar y de la explotación de las haciendas. Después de este conflicto pasó a poner en marcha centrales azucareras, a cultivar temporalmente arroz, hizo incursiones en el sector de los seguros e incluso instaló en 1941 una fábrica de celulosa para aprovechar el bagazo de la caña. Su época dorada fue precisamente en el período que va entre las dos guerras mundiales, cuando el azúcar tuvo un papel hegemónico en los beneficios de la compañía, pudiendo suportar las pérdidas cosechadas por el tabaco y por la creciente pérdida de su cuota de mercado en la exportación de cigarros a Estados Unidos, que pasó de un 39% en 1933 a un 12% en 1939. A pesar de elló, Tabacalera dio unos dividendos anuales de un 17% en las acciones durante este período, con sólo dos excepciones, 1933 (33%) y 1937 (14%). Fue la empresa que más personal empleaba en Filipinas después de la administración estatal y sólo en la Hacienda la Luisita trabajaban 6000 personas, con unos 200 empleados españoles en sus mejores momentos[11]. Hasta la I Guerra Mundial fue el principal exportador de copra y en relación con el azúcar pasó de la octava a la tercera posición y después a ser el principal exportador, aunque no el principal productor, siendo su 1934 su año mejor, con 278.000 toneladas[12].

B. ANDRÉS SORIANO & CIA.

Andrés Soriano poseía un imperio alrededor de la Cerveza San Miguel (San Miguel Brewery), de la que tras haberse hecho cargo en 1910 llegó a labrar una cuota de mercado de un 90% en 1928. Trabajó con otros productos relacionados, como productos lácteos, hielo, levadura y refrescos, entre ellos la representación de Coca-cola. Sus conexiones fueron muy amplias con empresas norteamericanas, a varias de las cuales gestiono sus inversiones en Filipinas. A partir de la década de 1930 se interesó por las minas de oro a raíz de la subida del precio de la onza de oro de 30 a 45 dólares e implicó en ello a buena parte de la comunidad española. Estaba asociado con empresas como Sorox & Co., de la familia Roxas y tenía empresas en los Estados Unidos, Francia y España, país que visitaba anualmente[13]. C. ELIZALDE & Co.

Los vastos intereses de la familia Elizalde estaban estructurados alrededor de la empresa, inicialmente llamada Ynchausti & Co y cambiado el nombre a Elizalde & Co en 1934 una vez que los primeros, que estaban poco implicados en la gestión, vendieron su participación. Sus empresas principales eran Elizalde Rope Factory, Inc; Elizalde Paint & Oil Factory; Manila Steamship Co., Central Azucarera La Carlota; Tanduay Distillery, Central Azucarera del Pilar. Estaban implicados, por tanto, en la elaboración de cuerdas (exportaban los dos tercios de las elaboradas en Filipinas) y su provisión a los barcos, en la elaboración de pintura a partir de la extracción de aceite del arbol de lumbang o candlenut, en los alcoholes y en el centrifugado del azúcar por medio de dos centrales, la mas importante de las cuales (y una de las principales de Filipinas) era "La Carlota", en la isla de Negros. Siendo cuatro hermanos, se tenían distribuida entre ellos la gestión de los negocios y la conexión política: Manuel destacaba en los primero y Joaquín Miguel en lo segundo, llegando a director de la empresa estatal encargada de promover la industrialización, National Development Corporation y, desde 1938, a Comisionado Residente en Washington.

Las empresas españolas estaban organizadas en torno a la Cámara Española de Comercio, tales como las de los Zobel de Ayala (dedicada principalmente a gestión de terrenos pero también en un principio con participaciones industriales), los Roxas (familia de Soriano), Banco de las Islas Filipinas, Banco Hipotecario de Filipinas, Philippine Sugar Estates, La Insular y La Yebana, ambas fabrica de tabacos que se unieron después de la guerra del Pacífico, Commonwealth Insurance & Co, Tuason & Sampedro, o Aboitiz & Cía. Es difícil dar una cifra aproximada de la proporción de estas empresas españolas dentro de la economía filipina, pero ciertamente era significativo en los sectores filipinos de exportación, a excepción de la madera.

C. LA RESISTENCIA DE LAS EMPRESAS ESPAÑOLAS

4 razones consideramos que existen para esta relativa fortaleza de las empresas españolas cuando Filipinas iba a entrar en la Guerra del Pacífico: los lazos tan estrechos con la sociedad filipina, la rápida adaptación a los nuevos gobernantes, su buena actuación como tales empresas y la defensa de los privilegios.

1.- INTERCONEXIÓN CON LOS INTERESES FILIPINOS.

Había un grupo hispanizado dentro de la sociedad filipina que sobrepasaba con muchos esos 4.000 súbditos con pasaporte español. Eran mestizos españoles en su mayoría, hablaban español y se sentían identificados con los problemas que afectaban a España de la misma forma que los ciudadanos españoles con las Filipinas, en cuanto era la tierra que les había visto nacer y en la que seguramente morirían. Se les ha denominado Cosmopolitas Hispanizados[14] o "cuasi-españoles" que son técnicamente filipinos[15] y es difícil de identificar los grupos que comprendía (más aún entre sus categorías más inferiores) puesto que era un sentimiento en buena parte personal.

Su análisis permenorizado merece un estudio por separado, pero para cuantificar su importancia económica puede ser muy conveniente el análisis realizado por Theodore Friend a propósito de unos datos sometidos al Comité del Senado de Estados Unidos sobre Territorios sobre la inversión en las centrales azucareras. Las estadísticas señalaban que el 49% de la inversión era filipina, el 26% norteamericana, el 24% española y el 1% cosmopolita. Friend analiza estas cifras y ve incorrecto el adscribir a la familia Ossorio, criollos, como capital filipino, mientras que los Elizaldes entraban dentro del apartado de capital español; en consecuencia, reestructura semejante tabla asignando las inversiones de este grupo dentro del capitulo de Cosmopolita, que pasa de un 1 al 25%. El capital filipino, en consecuencia baja al 39%, el americano sube dos puntos hasta un 28% y el español es el que baja en mayor proporción, quedando su porcentaje en un mero 8%, que suponemos se refiere a la Compañía Tabacalera[16].

2. ADAPTACIÓN AL PODER AMERICANO

Los españoles laicos que se quedaron en las Filipinas tras 1899 se adaptaron relativamente bien al poder americano, aceptándolo tanto en un sentido político como en cuanto a sus nuevas ideas. Visto que la dominación española era ya cosa del pasado, la dominación estadounidense era una de las mejores posibilidades que podían haber calculado: seguían bajo una colonia, occidental, y además, se les abría un mercado importante al que exportar. Quizás el ejemplo mejor para mostrar esta aceptación es el hecho de que la Cámara Española de Comercio fue el primer defensor abierto del libre comercio total con Estados Unidos, desde mediados de 1905 hasta 1908, justo en los momentos en que los filipinos proclamaban de forma más abierta la independencia, a excepción del, en un principio mas pro-americano, Partido Federal. La posibilidad de usar ese período de gracia de diez años concedido en el Tratado de París, obviamente, estaba en la cabeza de aquellos españoles que defendieron ese libre comercio[17].

Una de las razones de su adaptación había de ser la necesidad económica, pero otra muy importante habían de ser los beneficios que la comunidad de empresarios española vio en la llegada de los nuevos dominadores. Al contrario que los españoles, la burocracia americana se demostró capaz de ganarse la confianza, cumpliendo mejor las promesas que los españoles y, en definitiva, haciendo su trabajo de una forma menos arbitraria; el problema con los impuestos, por ejemplo, no había sido su tanto la cantidad, sino el hecho de que los empleados que cobraban el dinero se lo gastaban[18]. Ya en el año 1901 se puede comprobar la perspectiva optimista de la propia Tabacalera, cuando en su memoria oficial de 1901 afirmaba: "aunque la paz parece restablecerse en el Archipiélago, no se ve todavía con claridad lo que el porvenir dará de sí, y no conviene abonarse a un exagerado optimismo"[19].

El declive del poder de la iglesia católica no tenía que conllevar el de cada español en las Filipinas. Es más, los españoles laicos y sus negocios habían sufrido como el resto de las Filipinas del irresponsable gobierno y del poder desproporcionado de la iglesia católica sobre la sociedad. Y al igual que el gobierno norteamericano satisfizo las necesidades de los ilustrados filipinos, lo mismo podía ocurrir para la comunidad de españoles laicos. El poeta Jaime Gil de Biedma, autor de un diario durante su estancia en Filipinas en el año 1954, afirmaba, tras haber visitado buena parte de las delegaciones de la compañía en Filipinas, que todos sus trabajadores españoles son anticlericales[20]. Este hecho es más importante teniendo en cuenta que la Compañía, fundada por el Marqués de Comillas, tuvo unos lazos muy fuertes con los jesuitas.

Los españoles se adaptaron bien a las nuevas idea de libre empresa traídas por los americanos. Al contrario que en la península, los españoles en Filipinas fueron una comunidad emprendedora, que prefería trabajos con mayor posibilidad de ascenso y de enriquecimiento a los puramente burocráticos. Ejemplo de ello es la escasez de profesores para enseñar español, a excepción de los religiones, porque podían ganar más dinero en otros negocios aunque el trabajo fuera menos seguro. Lo mismo lo puede demostrar la escasez de pobres en Filipinas; las organizaciones caritativas implantadas para ayudar a los españoles pobres, tales como el Hospital Español de Santiago o Auxilio Social, tuvieron siempre el dilema de asistir a los filipinos que pedían asistencia, y es que no había suficientes españoles en estado de necesidad.

Incluso las órdenes religiosas parecen haberse adaptado bien a la pérdida de sus extensos terrenos tras el fin del poder español. Con el dinero recibido, establecieron las Filipinas como su centro para el Extremo Oriente y expandieron su presencia en el resto de Asia, principalmente en China, donde se construyeron un gran número de casas religiosas y conventos. Así, los nuevos misioneros recién salidos de España eran enviados primero los conventos-madre en Intramuros, y tras una estancia ahí era decidido su destino final en la región. Gil de Biedma afirma, tras haberlo oído en multitud de ocasiones a los trabajadores de Tabacalera: "Los jesuitas tienen una casa de empeños en Manila y controlan una gran parte del negocio cambiario en Hong Kong, los Dominicos monopolizan en Shanghai el negocio del alquiler de los rickshaws, los Recoletos son los mayores accionistas de Cervezas San Miguel, mas importantes que los Soriano y los Rojas [sic], etc"[21].

Estados Unidos, por su parte, no tenía porqué estar excesivamente interesado en acabar totalmente con la capacidad de influir de un grupo como el español en la sociedad filipina; en cuanto, tal como señala Giesecke, "los capitalistas estranjeros podrían algún día proporcionar un lobby opuesto a la independencia filipinas"[22]. Españoles y norteamericanos compartían el interés en mantener el status de las filipinas coloniales y en hacerlas dependientes de los Estados Unidos, unos para mantener las exportaciones y los beneficios generados y los otros para mantener la dominación política y su política general en Asia. El interés de los capitalistas españoles en la madurez económica de las Islas Filipinas no había de ser tan importante como el de vender en el inmenso mercado americano y el peor temor había de ser la independencia, en cuanto ello supondría el fin del acceso privilegiado a ese mercado.

3. MODERNIDAD DE LOS NEGOCIOS ESPAÑOLES

El período americano y la exportación a un mercado restringido a otros países generaron una bonanza en la economía general del archipiélago. Las empresas españolas no sólo se beneficiaron de las condiciones favorables, sino que también, se puede decir que comparativamente su conducta fue mejor de la media.

Las razones de ello son varias, entre ellas que el balance demográfico de la comunidad como tal cambió y supuso en general un empuje para los negocios. Por un lado, se rejuveneció con la llegada de nueva gente, algunos de ellos escapando del servicio militar forzoso para ir a la Guerra de Marruecos. Por otro, vino una mayor proporción de gente de regiones industriosas como el País Vasco y Cataluña: la mayoría de los hacenderos en Negros, por ejemplo, eran vascos, los Elizaldes se preciaron de contratar solamente trabajadores vascos en sus empresas, y la Tabacalera, por su parte, era una empresa radicada en Barcelona, aunque no tenía una regla fija de contratar solamente a catalanes. Por contra, la disminución de poder de las ordenes religiosas y la ausencia de funcionarios significó una menor presencia de castellanos o andaluces.

La comunidad, además, contó con unos líderes dinámicos, como eran Andrés Soriano, los Elizaldes o Antonio Melian, que pudieron ejercer una influencia positiva hacia las actividades de tipo comercial, algo que no habría sido posible en el siglo anterior, cuando el gobierno estaba bajo el dominio de unos religiosos que asemejaban los enemigos de la España católica con el comercio y con la entrada de nuevas ideas subversivas[23].

Además, las empresas españolas tuvieron un papel activo en la modernización del aparato productivo de la economía filipina. Las inversiones de la Compañía Tabacalera para poder explotar conveniente haciendas como La Luisita en Tarlac, ayudando en la década de 1910 incluso a la construcción de los canales de irrigación de tierras con vistas al cultivo de arroz, que aparentemente fueron la obra hidraúlica más importante de las islas, son un ejemplo de esos intentos de sacar un mayor beneficio a la tierra, obviamente pensando en el beneficio propio, pero también haciendo cálculos a medio-largo plazo[24]. La Tabacalera, también, se precia de haber liderado el proceso de renovación en los métodos de fabricación del azúcar, pasando de los viejos trapiches familiares a las centrales azucareras capaces de producir el azúcar granulado o centrifugado solicitado en el mercado norteamericano[25]. Las Centrales Azucareras de Tarlac y La Carlota, por ejemplo, fueron las que lideraron la carrera de aumento de la producción que se desarrolló en la década de 1930 para ganar una proporción mayor con vistas al sistema de entradas por cuotas al mercado de Estados Unidos[26]. Siguiendo con la agricultura, donde el Banco Hispano-Filipino tuvo a principios de siglo un papel importante[27], el censo de las Islas Filipinas de 1948 muestra un mayor grado de equipamiento de las tierras de los españoles que las de los otros países. Así, lo muestra la relación entre el valor total de la tierra, incluyendo los equipamientos, y el valor de la maquinaria. El valor total de las tierras de los americanos era de 3.889.416 Pesos, siendo el 90.5% el valor del terreno y un 1% el valor de la machinaria. En el caso de las tierras poseídas por los españoles, el valor total es algo mayor, 4.497.860 Pesos, pero el valor de los terrenos es solo un 85.2% y el valor de la machinaria llega al 3.3%. En el caso de los chinos, el valor de la machinaria llegaba al 1.8%[28].

Además de la agricultura, los españoles supieron invertir en los nuevos sectores de la economía. Aunque no contaron con las innovaciones tecnológicas que permitieron introducirse fácilmente a empresas americanas, como las industrias farmacéuticas, la fotografía o la automovilística, se utilizaron patentes europeas. La primera fábrica de cemento fue puesta en marcha por los recoletos en Binangonan con un grupo de hombres de negocios de Manila, importando maquinaria de Krupps y técnicos alemanes y la primera fábrica de celulosa fue puesta en marcha en Bais, en 1941, usando una patente italiana[29].

4. DEFENSA DE LOS PRIVILEGIOS

La exportación garantizada a los Estados Unidos hizo escasamente competitivas a numerosas empresas en Filipinas, y muchas de ellas probablmente no habrían sobrevivido en otro entorno: los costes de producción del azúcar eran el doble que en Java o Cuba. Al fin y al cabo, no obstante, este era un problema general de la economía Filipina que permitió a una gran empresa con gastos fijos tan elevados como Tabacalera subsistir. Su sobredimensionamiento, junto con los métodos tan tradicionales de trabajo, le impidieron sacar beneficios en sectores como la copra, donde se requería una mayor agilidad en el negocio. Su capacidad de adaptación a las necesidades del mercado fue lenta y en el caso del tabaco, no se supo adaptar a tiempo a las nuevas tendencias en favor de cigarros con un contenido más ligero en nicotina o cigarrillos; así, a fines de la década de 1930 su cuota de cigarrillos para exportar en Estados Unidos no pudo ser satisfecha y fue cubierta por marcas de la competencia. En las propias Filipinas, el "chorrito" gradualmente dejó paso a marcas extranjeras, como "Blue Seal", mas aromatizadas y mejor anunciadas, que a partir de 1938 sobrepasaron a las nacionales[30]. Su estructura le hacía ser una compañía conservadora, pero también es cierto que gracias a los beneficios del azúcar no tuvo una necesidad imperiosa de enjuagar fácilmente las pérdidas por el tabaco en la segunda mitad de la década de 1930. En general, la falta de competitividad era un problema que afectaba a toda la economía filipina y que tenía mas relación con las condiciones artificiales en que se movía por ese libre acceso del que gozó con los Estados Unidos. Si hubo una estrategia de defensa de su privilegios, ésta hubo de ser su "atrincheramiento" en la sociedad filipina, precisamente por ser parte integral de esa sociedad. Si se pudo hablar en el siglo XIX de una colonia económica anglo-china o en el siglo XX del creciente poder americano, los intereses económicos españoles fueron beneficiados de los crecientes privilegios que recibieron las empresas filipinas, normalmente a cambio de un hecho no excesivamente importante como cambiar de pasaporte, puesto que los beneficios normalmente no se remitían a la península. Si se puede hablar de alianzas entre grupos nacionales, los españoles se aliaron muy bien con los grupos europeos, incluidos los británicos, y se puede decir que lideraron la oposición frente a los asiáticos, tal como se pudo comprobar en la campaña del grupo que apoyaba a Roxas (apoyado por el grupo de hispanizados, aunque no tuviera relación alguna con la familia Roxas española) para las elecciones de 1946 contra las conexiones chinas del presidente Osmeña o en algunas reacciones contra los japoneses[31]. Andrés Soriano fue el único que tuvo amplias conexiones con empresas americanas.

En el caso de las empresas españolas sería interesante estudiar la aparentemente fácil adaptación de las empresas españolas al sistema de favores, prebendas y compadrazgos, etc. En el caso de Tabacalera, la limitación de los latifundios a 1.024 hectáreas se solucionó cediendo parcelas en arriendo mediante en pago de una renta estimada en el 15% de la producción, con el reconocimiento a favor de la compañía del derecho a adquirir proporcionalmente el todo o una parte del resto de la caña recolectada[32].

El sistema político y económico, en realidad, difería poco del español, por lo que esa adaptación les era más fácil; la compra de votos se realizaba entonces tanto en el campo español como en el filipino, el caciquismo seguía vigente y, si los contactos políticos eran necesarios en España para que un negocio fuera próspero, también lo eran en Filipinas. Así, la construcción de un canal para irrigar la hacienda de Tabacalera La Luisita necesariamente fue un favor político que dejó a otras tierras sin irrigación necesaria, por lo que habría de pagarse de otra manera. Quizás ello tuvo que ver con la puesta en marcha en 1918 de una de sus subsidiarias, Hispano-Philippine Oil Co, para producir aceite de coco. Aunque nunca dio beneficios, su fundación fue debida, según las propias actas del Consejo de Administración a "razones políticas totalmente justificadas después de haber recibido una continua presión de nuestros amigos filipinos"[33]. Por otro lado, Tabacalera tuvo desde 1929 hasta 1941 un fondo de reserva de tres millones de pesetas para la renovación de la flota; para ello necesitaba un cambio en la legislación que finalmente no se produjo pero que obviamente estuvo esperando se produjera. Desconocemos qué hilos se manejaron y qué favores dejaron de dar resultado, pero en todo ello tuvo que estar relacionado Adrián Got, Director General de Tabacalera y amigo íntimo del presidente Manuel L. Quezon[34].

CONCLUSIÓN: UN NUEVO CAMINO EN LAS RELACIONES

Después de 1898, los pilares intereses sobre los que se basaba la relación entre España y Filipinas se resquebrajaron; ya no hubo más relación entre dominador y dominado y el peso de la religión católica dejó de distorsionar tan fuertemente esa relación mutua. A partir del siglo XX, los intercambios mutuos estuvieron basados en dos intereses, los económicos y los religiosos, fuertemente entrelazados por la identidad cultural mutua entre ambos pueblos. Pero si bien estos intereses no eran nuevos, lo nuevo fue la desaparición de lo público en el balance: los intereses privados pasaron a dominar sobre los intereses del Estado.

Las relaciones posteriores, por tanto, no fueron tanto de España con Filipinas, sino de los españoles con los filipinos o de españoles en las Islas Filipinas. A partir de 1898 y hasta después de la Guerra del Pacífico, el Estado como tal prácticamente abandonó su rol en los contactos y éstos pasaron a ser impulsados desde corporaciones privadas, tanto religiosas como de carácter económico. Las principales instituciones hispano-filipinas han sido precisamente las creadas a partir de estos años totalmente a iniciativa privada, como han sido los tres Casinos españoles, de Manila, Cebu e Iloilo, el Hospital de Santiago, el Hogar San Joaquín, el Jai-Alai e incluso la Falange y su Auxilio Social. Tal fue la relegación en que estuvo el papel del estado, que los viajes de académicos o literatos españoles como Vicente Blasco Ibañez, Federico García Sanchiz, etc, fueron financiados desde las Filipinas. Incluso el Consulado Español estaba instalado en el Casino de Manila y sus fiestas y gastos eran sufragados desde la propia comunidad. El papel secundario de las instituciones oficiales se puede percibir en la falta de derecho a voto del cónsul en las deliberaciones de la Cámara Española de Comercio. La Comunidad, aunque sería mas apropiado decir las familias poderosas, asumió el papel que le correspondía al Estado Español, cuyos problemas internos, la guerra de Marruecos y ese sentimiento de liberación frente a Filipinas al que ya nos hemos referido, le hicieron desatender las labores propias de su función.

Los lazos privados demostraron ser, no obstante, mas fuertes que los oficiales. Las instituciones que hemos mencionado han ayudado mucho más al estrechamiento de los lazos entre España y Filipinas que otras iniciativas. Por otro lado, el comercio ha demostrado que 1898 no fue sino una fecha a partir de la cual el comercio mutuo se siguió incrementando, de una forma dramática. Con un total de intercambio de [4 millones en 1898] 7 millones de pesos en 1900, a fines de la década de 1920 esta cifra había subido a una cantidad entre los 13 y 14 millones, una cantidad muy respetable si tenemos en cuenta la distorsión que suponía la fácil venta al mercado norteamericano, que llegó a absorber el 99% de las exportaciones de azúcar filipinas cuando en el siglo XIX rondaban el 1%. La cifra bajó a seis millones en el año anterior al estallido de la Guerra Civil española, en parte por los problemas derivados de la Crisis del 1929 y en parte por la desproporción entre importaciones y exportaciones. Las autoridades españolas pusieron restricciones para evitar ese desequilibrio, pero Tabacalera siempre se encargó de recordar las cuantiosas remisiones de dinero desde Filipinas, que compensaban el desfase comercial. España, por fin, sacó beneficios económicos del Archipiélago.

El proceso de Cuba y Filipinas después de 1898 fue parecido; el fin de la Colonia no impidió que los contactos y los intercambios mutuos se siguieran desarrollando. Es más, la relación de igual a igual tras acabar la colonia liberó a unos y a otros de las desconfianzas y los recelos. Y si bien la relación entre España y Cuba ha seguido intensificándose e incluso se ha mantenido a pesar de existencia contemporánea de dos regímenes opuestos como el del General Franco y el de Fidel Castro, en el caso de Filipinas no ha ocurrido así. La Guerra del Pacífico marcó un punto y aparte: esos intereses económicos dejaron de sentirse españoles. inicio

[1] El autor agradece la ayuda prestada por la Fundación Toyota para facilitar la realización de la presente investigación. Abreviaciones:

AMAE-R: Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. Sección Renovada.
BIA: Bureau of Insular Affairs.
NARA: National Archives and Records Administration, Washington.
RG: Record Group (en NARA)

[2] NARA, BIA, Rg 350. Box 1318. Informe secreto de 28-VII-1943.

[3] Quizás el caso más llamativo es el de Micronesia, objeto de manifestaciones masivas a finales del siglo XIX contra los intentos alemanes de arrebatarla. Tras una mediación del Papa León XIII quedaron bajo soberanía de Madrid, pero nunca hubo empresa alguna que pudiera sacar provecho de la copra producida allí y los beneficios económicos fueron para la compañía alemana Jaluit Gesellshaft.

[4] Para ejemplos de ello, ver AGUILAR, Filomeno V.: "Masonic Capitalism and Revolution in Negros", el las actas de la Centennial Conference,, en prensa, o McLENNAN, Marshall S.: "Changing Human Ecology on the Central Luzon Plain: Nueva Ecija, 1705-1939", en Alfred W. McCoy y C. de Jesus (ed): Philippine Social History. Global Trade and Local Transformations, Ateneo de Manila University Press, Manila 1982, pp. 69-70.

[5] SALAMANCA, Bonifacio S.: The Filipino Reaction to American Rule, 1901-1913, New Day, Quezon City 1984, pp. 106-109. Ver también GIESECKE, Leonard F.: History of American Economic Policy in the Philippines during the American Colonial Period, 1900-1935. Garland Pub., New York 1987, pp. 60-61. 6] España se había limitado a establecer, temporalmente, derechos preferenciales.

[7] Giesecke, op. cit., p. 156.

[8] GIRALT RAVENTOS, Emili: La Compañía General de Tabacos de Filipinas, 1881-1981, Compañía General de Tabacos de Filipinas, Barcelona 1981, p. 163.

[9] Ibíd., p. 149.

[10] Ver mis "Falange en Extremo Oriente, 1936-1945", en Revista Española del Pacífico, vol. 3, 1993, pp. 99-105 y "Presencia Española en Extremo Oriente alrededor de 1945", en Actas del III Congreso de Hispanistas de Asia, Asociación Asiática de Hispanistas, Tokio 1993, 1069-1079.

[11] Para la Historia de la Compañía es esencial ver el libro editado a propósito de su Centenario. Giralt Raventos, op. cit, p. 318 y AMAE-R. Leg. 2910, exp. 20. Informe de Francisco Ferrer, Madrid, 30-XI-1945.

[12] Giralt, op. cit., p. 129.

[13] Hay muchas referencias bibliográficas sobre Andrés Soriano, ver el Memorial issue del SMCEU Bulletin tras su fallecimiento, Manila, 1965; también Yoshihara, op. cit., pp. 52-53, passim. Para documentación sobre él, aunque principalmente de carácter político NARA, RG 126: Office of the High Commissioner of the Philippine Islands. Entry 2, box 52, hay una carpeta titulada "Soriano. Commonwealth, 1942-45" y RG 350, BIA, Box. 1318. En AMAE-R, es interesante en Leg. 1733, exp. 26 un telegrama del cónsul José del Castaño, Manila, 13-XII-1943.

[14] FRIEND, Theodore: Between two Empires: The Ordeal of the Philippines, 1929-1946, New Have, Yale University Press, 1965, p. 118.

[15] NARA, BIA, Rg 350. Box. 1318, exp. 28712-19. Entry 5. Secret Report, 28-VII-1943.

[16] Los datos están contenidos en el American Chamber of Commerce Journal, Sept 1928, p. 20; en Friend, op. cit., p. 182. Doeppers señala también un 32% de la capacidad de centrifugado en posesión de españoles, en Manila, 1900-1941. Social Change in a Late Colonial metropolis. Ateneo de Manila University Press, Manila 1984, p. 9.

[17] Salamanca, op. cit., p. 212.

[18] STANLEY, Peter W.: A Nation in the making. The Philippines and the United States, 1899-1921, Cambridge. Mass, Harvard University Press, 1974, p. 119.

[19] Giralt, op. cit., 104.

[20] GIL DE BIEDMA, Jaime: Retrato del Artista en 1956. Barcelona, Lumen, 1991, p. 79.

[21] Ibíd, p. 78. También sobre las inversiones de las órdenes religiosas, AMAE-R. Leg. 2910, exp. 9. Dcho de José del Castaño, Manila, 20-III-1944.

[22] op. cit., p. 45.

[23] Aguilar, art. cit., pp. 4-6.

[24] Sobre los problemas que supuso, Giralt, op. cit., pp. 126 y 146-148. Ver también Stanley, op. cit., p. 193.

[25] Giralt, op. cit., p. 158.

[26] Sobre ello, FRIEND, "The Philippine sygar inustry and the politics of independence, 1929-1935", en Journal of Asian Studies 22 (963), pp. 184-185. y DOEPPERS, Daniel: "Metropolitan Manila in Greta Depression. Crisis for Whom?", en Journal of Asian Studies 50,3 (1991), p. 516.

[27] Giesecke, op. cit., p. 113.

[28] Summary and General Report on the 1948 Census of Population and Agriculture. Bureau of the Census and Statistics. Bureau of Printing, Manila 1956, p. 2239.

[29] QUIRINO, Carlos: Philippine Tycoon. The Life and Times of Vicente Madrigal, 1880-1972. Sin publicar, p. 93 y Giralt, op. cit., p. 219 passim.

[30] Doeppers, 1991, p. 524 y 1984, pp. 21-22. Menciones en Giralt, op. cit., pp. 155-156.

[31] Ver, por ejemplo, en La Vanguardia de 23-5-1931, la reacción ante la traída de novias para los agricultores japoneses. No obstante, se podría hablar de una complementariedad puesto que la ocupación principal de la comunidad china eran los pequeños comercios, algo en lo que muy pocos españoles se ocupaban. En Cuba, al contrario, los españoles tenían en muchos casos las funciones de los chinos en Filipinas, pero la escasa emigración no tuvo porqué ocasionar excesivos problemas.

[32] Giralt, op. cit., pp. 127-128.

[33] Ibíd., pp. 165-66 y 132.

[34] El propio libro de Giralt habla de las presiones cerca de los poderes políticos para que la ley se modificara. Op. cit., p. 165.

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jueves, julio 30, 2009

Revista Filipina (Tomo IV N° 4 Primavera 2001)



REVISTA FILIPINA (ISSN 1496-4538)
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Una Revista Trimestral de Lengua y Literatura Hispanofilipina
Tomo IV N° 4 Primavera 2001
Director: Edmundo Farolán
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EDITORIAL: CIREF
En estas últimas semanas, se ha formado un movimiento que está poco a poco creciendo, gracias al incansable labor de Don Ramón Terrazas Muñoz de México, que ha comenzado la organización CIREF (Cruzada Internacional por la Reivindicación del Español en Filipinas), y apoyado por grupos e individuales alrededor del mundo, en particular Guillermo Gómez Rivera de la Academia Filipina, Agustín Pascual y Emilio Domínguez de España, Jorge Nahas de Argentina, Elizabeth Medina de Chile, Cristián Valencia de Colombia, Andreas Herbig de Alemania, Tony Fernández de Canadá, y muchos otros. que apoyan este movimiento.

Son muchas las ideas, presentaciones y sugerencias, y en este momento, la pregunta es: ¿cómo podemos poner todo esto en práctica? --EF



Los artículos en este número son:
Algunas cuestiones sobre la Hispanidad
BREVE HISTORIA DE LA LITERATURA FILIPINA
EL IDIOMA CRIOLLO DE FILIPINAS
La influencia filipina en la arquitectura del occidente mexicano (2a Parte)



BREVE HISTORIA DE LA LITERATURA FILIPINA
Por Guillermo Gómez Rivera, de la Academia Filipina

La primera interrogación que se presenta siempre viene a ser: ¿Cuál es la original literatura filipina? Es de comprender que esta confusión surja porque hay una literatura filipina en inglés, a raís del neocolonialismo de los WASP usenses. Existe otra literatura filipina que está en el actual idioma nacional a base del tagalo. También existen literaturas filipinas en idioma bisaya, en idioma ilocana y en, por lo menos, diez otras lenguas más.

Para aclarar esta confusión nos vemos obligados a explicar el origen del concepto de lo filipino. Y hemos de señalar que dicho conceptó vino a ser al establecerse el Estado Filipino bajo la Corona de España el 24 de junio de 1571 con la fundación de Manila como la cabecera de ese mismo Estado en la Isla de Luzón.

En 1599 se celebró un sínodo en Manila a la que se pidieron asistiesen los principales que representaban los ya existentes Estados Étnicos en este archipiélago para responder a la pregunta de si aceptaban, o no aceptaban, al Rey de España “como su natural soberano”. (Vide: “La Hispanización de Filipinas” por John Leddy Phelan, 1952 reimpreso en Metro Manila por Cacho Hermanos, Inc., páginas 25 y 26. Preferimos citar esta fuente usense porque resume, aunque sea a regañadientes, lo que dicen varios documentos españoles sobre este suceso histórico.)

Al decir ‘Estados Étnicos” nos referimos a los ya existentes estados prehispánicos de los tagalos, los ilocanos, los pampangueños, los bicolanos, los bisayas, los lumad de Mindanao y los moros de los sultanatos de Joló y Cotabato. Cada uno de estos estados tenía, y tiene, su propia lengua nacional. El de los tagalos es el tagalog, (que es la base inicial de la propuesta lengua nacional filipina); el de los ilocanos es el iluku; el de los bisayas son el bisaya, a base del sugbuhanon, del hiligaynon y del winaray; el de los moros es el tausug y el de los lumad es un enjambre de vernáculos que podría denominarse maguindanao.

Cuando los principales de estos prehispánicos estados aceptaron al Rey de España como su natural soberano, integraron de hecho sus respectivos Estados Étnicos al recién fundado Estado Filipino bajo la Corona de España. Bajo el Consejo de Indias, el estado filipino era una colonia de España, pero luego, bajo el Ministerio de Ultramar, Filipinas vino a ser otra provincia de ultramar de España con Cuba y Puerto Rico.

Manila, “la muy noble y la muy leal ciudad”, vino a funcionar como el asiento del gobierno central que tenía al castellano como su primera lengua oficial. Decimos primera porque el tagalo, el bisaya y el ilocano funcionaban como auxiliares idiomas oficiales.

De esta situación nace la literatura filipina que dividimos en cuatro etapas principales. La primera es la formativa, la segunda es la de crecimiento, la tercera es la de la plenitud y la cuarta es la de la decadencia, causada como es natural por la supresión del idioma castellano para dar paso a la imposición forzosa del idioma inglés.

La primera etapa tuvo como autores a peninsulares emigrados al archipiélago y a los chinos cristianos admitidos como subjetos españoles. Los principales autores de esta etapa formativa empezada en 1593 con la introducción de la imprenta son: Antonio de Morga (cronista penincular), Antonio Pigaffetta (cronista italiano) y los chinos cristianos: José María Nicaísay (1616,poeta), Juan de Vera Kenyong (1593,poeta e impresor), Tomás Pinpín (1608, poeta, gramaturgo, autor de la primera gramática castellana para tagalogs, e impresor tipográfico),Tomás Chuidian (1613, poeta), Carlos Calao ( 1614, poeta) y Fernando de Bagongbantâ (1608, poeta y traductor).

La etapa de crecimiento siguió a la de la formación y sus autores fueron Luis Rodriguez Varela (1814,poeta y ensayista), los presbíteros Mariano Gómez, José Burgos y Jacinto Zamora, y muchos otros más como los peninsulares y criollos Juan Álvarez Guerra, Navarro Capuli, Pablo Feced, Francisco de Cañamaque, etcétera.)

La etapa de la plenitud tiene por autores principales a Pedro Paterno, José Rizal, Marcelo H. del Pilar, Fraciano López Jaena, Antonio Luna, Gregorio Sansiangco, Apolinario Mabini, en su primera onda y a Cecilio Apóstol, Jesús Balmori, Teodoro M. Kálaw, Macario Adriático, Tirso de Irrureta Goyena, hasta llegar a Pacífico Victoriano, Manuel Bernabé y a Claro M. Recto entre tantos otros.

La etapa de la decadencia tiene por autores y escritores a Manuel Briones, Antonio Serrano, Benigno del Río, Enrique Fernandez Lumba, los hermanos Gómez Windham, Emeterio Barcelón y Barceló Soriano, Flavio Zaragoza Cano, Antonio María Cavana, José Santos Socorro, Aurelio Locsín, Teodoro Valdes, Bacani, Francisco Zaragoza Carrillo , Nilda Guerrero Barranco, Luis Nolasco, Adelina Gurrea, y tantos otros.

El número total de autores filipinos en español rebasa los ocho mil. Y sus obras pueden formar una enorme biblioteca de primera fuerza.

Entre los autores que todavía quedan en pie hasta estas fechas, tenemos a Edmundo Farolán Romero, a Federico Licsi Espino, Mariano Loyola, Concepción Huerta, y a Antonio Fernández Pasión.


Algunas cuestiones sobre la Hispanidad
por B. Piñar López


(El autor es Notario [fedatario público en España] y estuvo en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid como director hasta que, tras un viaje por las Islas Filipinas, fue cesado por el gobierno por escribir un artículo en el periódico ABC contra la política exterior de los Estados Unidos, que en el archipiélago, estaba arrasando la cultura propia de Filipinas.)

La Hispanidad es un vocablo de uso corriente entre nosotros, y hasta se atisban o vislumbran de un modo confuso, al pronunciarlo, algunas de las ideas que en el vocablo se esconden y contienen. Hoy, la Hispanidad circula como una moneda de valor y cuño conocidos. Pero a nosotros, ahora y en este momento, nos incumbe algo más que recibir la moneda, examinarla superficialmente y dejarla correr en el mercado.

Desaprovecharíamos con estúpida frivolidad esta ocasión que la Providencia nos depara si no intentáramos -con la impresión de riesgo que la aventura implica- retirarnos con esa moneda a nuestro estudio a fin de considerarla con atención y minuciosa simpatía, de repasar, despacio y con amor, las honduras y el perfil de sus relieves, de recitar con pausa sus orlas y leyendas y de entrañarnos en su hechura para conocer con detalle su ingrediente y la ley que norma y preside su intima aleación.

¿Cómo y cuando se ha elaborado y construido la doctrina de la Hispanidad? ¿Cuáles son sus principios ideológicos? ¿Cuál es la empresa, el programa, el quehacer de la Hispanidad?

Porque, ciertamente, nosotros no hemos inventado la Hispanidad. Nos hemos limitado a bautizarla, a darle un nombre. Monseñor Zacarías de Vizcarra, Obispo Consiliario general de la Acción Católica Española, fue el feliz descubridor de la palabra. Y Ramiro de Maeztu, uno de sus teóricos y expositores, el que la propaga y vulgariza.

Pero la Hispanidad estaba ahí. Nosotros no la hemos edificado ni constituido. Nos hemos limitado a declararla, a proclamarla, a quitar los velos que la cubrían. Nos ha sucedido con la Hispanidad aquello que acontece con los astros y con los dogmas. No son nuevos, no nacen de la noche a la mañana. No se crean, ni se inventan cada día.

El astro está en su sitio, girando en su órbita desconocida para nosotros, hasta que llega un instante en que la triple concurrencia de un observador agudo, de un tiempo bonancible y de un instrumento hábil señalan, con precisión y exactitud, la diáfana presencia de la antes ignorada criatura sideral.

El dogma, igualmente, está embebido, navegando en el tesoro de la Revelación tradicional y escrita, vagamente percibido, expuesto a los choques de la discusión y la disputa, hasta que, agudizada la perspectiva histórica y asistido por la infalibilidad prometida cuando se trata de los graves asuntos que atañen a la fe, el Romano Pontífice declara la verdad que, so pena de herejía, deben aceptar y creer los hijos de la Iglesia.

Los mismos contradictores de la Hispanidad, los de dentro y los de fuera de nuestra dimensión geográfica, han contribuido, sin saberlo, a aclarar sus contornos. La reciedumbre y agresividad de sus ataques nos revelaba que había algo de peso que atacar, y como reacción y contraste, aquello que insultaban, menospreciaban y zaherían atrajo la curiosidad de muchos; al principio, con las precauciones y cautelas de algo que se reputa vergonzante y prohibido y, al fin, con el ímpetu, el entusiasmo y la generosidad de una causa que se estima grande y bella a la vez.

Fue así como una generación, luego conocida como la generación de la esperanza, pudo tener la sensación, espiritual y física, de que una entera y prolija comunidad humana había vivido en la plenitud de la Hispanidad.

La Hispanidad comenzó a percibirse cuando, por paradoja, empezó a retirarse, cuando dejo de vitalizar el conjunto, y ello por la sencilla razón de que, al igual que el hombre, las colectividades tienen un sistema nervioso que acusa la incomodidad y la falta de salud.

Estamos en el camino de retorno, enfermos, sí, pero con la ilusión rejuvenecida y alimentada por el tesoro de la experiencia. Esa experiencia, necesaria siempre, que cursa a los hombres y a las sociedades, que les da un cierto sentido para discernir y ponderar, nos ha revelado ahora, de un modo clarividente, que nuestro error, error grave y colectivo, no fue otro que asociar la quiebra del Imperio a la quiebra de la Hispanidad, es decir, de los principios ideológicos que la habían estructurado en el curso de tres siglos de amorosa convivencia. No fuimos capaces de percibir que el Imperio -aquel Imperio sin imperialismo, como alguien ha estampado con letras de molde- era tan sólo una fórmula política, un expediente pasajero, contingente, susceptible de mudanza y de cambio, sin que por ello padeciera la Hispanidad.

La Hispanidad era lo permanente, el espíritu con fuerza y energía creadora y fecundante, capaz de corporeizarse, de hacerse visible y operar a través de esquemas distintos. Estimamos que al devenir insuficiente e inservible la fórmula, también lo sustantivo se encontraba en liquidación, y con infantil alegría emprendimos la subasta.

De otro lado, no supimos tampoco caracterizar y calificar el hecho doloroso de la separación. Creímos que las Provincias emancipadas hacían, con el gesto independiente, una manifestación tajante, definitiva y pública de repudio a la España materna y progenitora que, cubierta de luto, lloraba la incomprensión de sus hijas, cuando la realidad era que la España de comienzos del XIX era la hija mayor que había desfigurado su rostro, la "vieja y tahúr, zaragatera y triste" que dibujara Antonio Machado y que repelía a la más noble juventud de América. Las provincias españolas de América y de Asia, Hispanoamérica y Filipinas, repudiaron a esa España en metamorfosis que se había traicionado a sí misma, pero no repudiaron a la Hispanidad. Más aún, por ser fieles a la Hispanidad, por entender que la España de su tiempo no respondía a las exigencias ideológicas del mayorazgo, se hicieron independientes y soberanas. No fue la Enciclopedia, ni un afán de mimetismo -aunque todo ello tuviera su influjo-, lo que produjo el parto de veinte naciones en la configuración política del universo. Fue un proceso desintegrador, incubado y desarrollado exclusivamente de puertas para adentro, la lucha entre el absolutismo centralizador de la monarquía borbónica de signo francés y el régimen tradicional criollo de los Cabildos abiertos y de los Congresos generales; y aunque después el alejamiento de la Hispanidad se generalizara -que no fue vano el grito suicida de "¡Libertémonos de nuestros libertadores!"-, lo cierto es que la Independencia fue desgajamiento de España y afirmación de Hispanidad.

La España oficial, el equipo dirigente de la Nación, había renegado de los valores que nos engendraron a la existencia histórica. Ya el 30 de marzo de 1751, el Marqués de la Ensenada escribía al embajador Figueroa: "Hemos sido unos piojosos llenos de vanidad y de ignorancia."

De aquí, al análisis exacerbado y punzante de los hombres del XIX no había más que un paso. Como escriben Areilza y Castiella en su magnífica obra Revindicaciones de España, la postración nacional, subsiguiente la Independencia y emancipación americana, se halla atravesada por un río caudaloso de hipercrítica afrancesada y liberal que se suma satisfecha a la tesis de la "leyenda negra", que comparte, saboreándolos, los puntos de vista de nuestros enemigos y que asienta y consolida la tesis de la decadencia española. como algo fatal e inherente a la Nación.

Cuando llega el año del desastre, cuando es preciso, ante la perdida de Cuba y Filipinas: recoger la bandera y apretar los dientes, exclamando con versos del poeta Ramos Carrión:

Hoy desmayada y triste
con humildad se pliega:
amarilla de rabia
y roja de vergüenza.


España se hunde en una atmósfera de hastío y de fatiga. Hay como un dolor amargo, como una temperatura alocada y febril que hace, en su delirio, bancarrota de valores. Todo se ha vuelto triste y feo. Se diagnostica, con nausea, de nuestra Historia y de nuestro presente. Para Unamuno, "los pueblos de habla española están carcomidos de pereza y de superficialidad". Baroja asegura que América y el catolicismo son las dos trabas que habían entorpecido la grandeza de España. Costa propone que se cierre con dos llaves el sepulcro del Cid, y Cánovas, el restaurador, comentando, a su modo, la Constitución de 1876, afirma con sarcasmo y con burla que "son españoles... los que no pueden ser otra cosa".

¿Cómo sorprendernos, pues, ante esta condenación brutal de nuestro pasado histórico, de aquellas generaciones hispanófobas y positivistas que subsiguen a los libertadores de América? ¿Cómo admirarnos de los insultos de Sarmiento y de la frase terrible del ecuatoriano Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo: "Vivimos en la ignorancia y en la miseria"? ¿Cómo extrañarnos de aquel grito: "¡Despañolización!", que fórmula el chileno Francisco Bilbao, o del ímpetu soñador de Luis Alberto Sánchez, que quiere "hacerlo todo de nuevo, y todo sin España"?

Hoy, el transcurso del tiempo, la serenidad y la pausa de la investigación y el acontecer histórico nos permiten asignar a ese conjunto histérico y dramático de vejaciones y denuestos su alcance limitado.

Si en un principio los hombres que presentían la Hispanidad podían sentirse irritados e increpar a los enemigos como se increpa a Calibán, el monstruo shakesperiano: "te doy el don de la palabra y con ella me maldices", en la hora presente os habéis dado cuenta, vosotros los hispanoamericanos, de que "hablar mal de los conquistadores -como ha dicho el uruguayo José Enrique Rodó- es hablar mal de vuestros abuelos, porque más tenéis vosotros de tales conquistadores que aquellos que permanecimos en la Península"; y nos hemos dado cuenta, nosotros los españoles -como escribe Ramiro de Maeztu-, que al fiin y al cabo es preferible que nos insulte un hombre de Hispanoamérica a que nos adule Mr. Taft, porque cuando alguno de vosotros nos insulta, nos insulta porque nos quiere, porque, a despecho de sus palabras, le hierve la sangre española, le duele España y quisiera transfundirla y rehacerla a imagen y semejanza de su ideal.

¡Bienvenido sea el dolor si es causa de arrepentimiento! Porque hay un dolor que naufraga en la angustia y que termina en la tragedia suicida del nihilismo. Pero hay también un enfoque cristiano del dolor que nos refugia en la eternidad, que nos hace humildes, que nos purifica y eleva, que nos devuelve y retorna la voluntad de vencer, con un firme y definitivo propósito de la enmienda.

Nosotros no detestamos el dolor de los hombres que vivieron la amargura del desastre. Lo que repudiamos en algunos es el derrotero espiritual y político de su dolor, el ver tan solo "una España que muere y otra España que bosteza", el no descubrir, como Rodó, la España niña, la España núbil que aguarda la hora propicia de enviar al mundo el mensaje nuevo de su eterna y vigorosa juventud.

Por eso, porque en mi Patria hubo una alegre y heroica juventud que creía en la España núbil, porque alguien dijo, frente al sarcasmo de Cánovas, que "ser español era una de las pocas cosas serias que se podía ser en el mundo", porque no creímos en la decadencia que es fruto de una enfermedad interna, sino en la derrota por imperios rivales; porque entendimos que es estúpido dar la razón a los vencedores por el hecho simple de su victoria; porque hay una diferencia clara entre los vencidos después de la lucha y los cobardes que de la lucha desertan, nos pusimos en pie dispuestos a romper para siempre las dos grandes losas que angustiaban la vida de la Nación: por abajo, la losa de la injusticia social, y por arriba, la falta de un sano y auténtico patriotismo. Aspiramos a empalmar el ayer con el mañana, a fundir lo social y lo nacional bajo las exigencias religiosas, y a aupar a España buscando su esencia y su quehacer histórico, porque, como reza un himno: "del fondo del pasado nace mi revolución".

Mas no creáis que aquella etapa de la amargura y del cansancio se presenta tan oscura y sombría. Un instinto casi irracional pugnaba por abrirse paso en una atmósfera saturada de reservas. A su conjuro, las naciones de nuestra común estirpe se sabían hermanas, compañeras de un destino unánime, personajes de igual categoría en una empresa universal y humana.

En la vía próxima de la auscultación, acercando el oído al aliento popular, estaba claro que una misma lengua permitía comunicarse y entenderse a los hombres que vivían del norte al sur y del este al oeste de aquella dilatada vastedad. Andrés Bello, el insigne venezolano, entiende que frente a todo separatismo lingüístico, "esta unidad de lengua hay que conservarla celosamente, como el vínculo inmortal de España con las naciones de América que de España descienden, como un medio providencial de comunicación y un vinculo fraterno entre las naciones de origen hispano". Por esta razón, Andrés Bello, al escribir su Gramática castellana para americanos, emula la misión de Antonio de Nebrija y, siguiendo su pauta, el argentino Amado Alonso, el venezolano Rafael María Baralt y los colombianos José Eusebio Caro, Rufino José Cuervo y Mario Fidel Suárez, con plenitud de facultad y de derechos, legislan acerca de nuestro idioma. José Martí, artífice de la independencia cubana, escribe sin ambages: "Buena lengua nos dio España", agregando: "Quien quiera oír Tirsos y Argensolas ni en Valladolid mismo los busque..., búsquelos entre las mozas apuestas y los mancebos humildes de la América del Centro, donde aun se llama galán a un hombre hermoso, o en Caracas, donde a las contribuciones dicen pechos, o en Méjico altivo, donde al trabajar llaman, como Moreto, hacer la lucha". Y es que, de una parte, mientras más se estudia el habla criolla, tanto más se convence uno de que muchas voces y giros que en América se estiman de origen guaraní, quechua o araucano son genuinamente españolas, y, de otra, que siendo patrimonio común el castellano, un giro que nace en Castilla no tiene más razones paraa prevalecer e imponerse que otro nacido en Lima o en Tegucigalpa.

Se produce así un fenómeno de intercambio y ósmosis. Rubén Dario y Valle Inclan popularizan entre nosotros los llamados americanismos. Se fundan, en pleno siglo XIX, las Academias americanas de la Lengua correspondientes de la Española, y en el II Congreso de las mismas se reafirma la unidad del lenguaje y, como una prueba de abertura, se reconoce, admite y legitima el "seseo".

Ese examen de lo auténticamente popular, por encima de la extravagancia y desentrenamiento de las clases mas cultas, pone de relieve el origen peninsular del folklore de Hispanoamérica. Como dice Joaquín Rodrigo, la primera música que llega al nuevo mundo es la música popular española: los sones de guitarra, las coplas y los bailes del pueblo; y es esta música la que, al entrar en colisión con la música aborigen, la desaloja en parte de los oídos y de la memoria y en parte se mezcla y se funde con ella. De este modo, la ranchera de Méjico, el merengue de Santo Domingo, el son-chapín de Guatemala, el punto guanasteco de Costa Rica, el joropo de Venezuela, el bambuco de Colombia, la marinera del Perú, la cueca de Chile, la samba argentina, el yaravi de Bolivia, el kundiman de Filipinas, y la guaranía del Paraguay, responden a una temática común de ritmo y de armonía y denuncian el aire familiar hispánico. No hay en ellos, como escribe Barreda Laos, ni estridencias ni saltos acrobáticos; hay suavidad y dulzura de abandono. Hispanoamérica, cuando se aparta del snobismo de la moda y baila con su propio sentido, busca la gracia leve del arte y no el automatismo mecánico de los pies; se entrega a la melodía del alma y huye del ruidoso estrépito.

En uno y otro lado se conservan, al través del tiempo, las mismas canciones populares. Pedro Massa, argentino, escucha emocionado, a la altura de Baeza, una seguidilla familiar en su patria:

"Me enamoré -jugando-
de una María;
cuando quise olvidarla
ya no podía."


Y en Santiago del Estero aún se escuchan coplas del cancionero medieval de España:

"Las estrellas del cielo
son ciento doce;
con las dos de tu cara,
ciento catorce."


¡Cómo admirarnos, pues, de la influencia de Albéniz en los músicos criollos y de la acogida fraterna en la península de vuestras canciones, que repiten sin cansancio de los oyentes las orquestas y los tríos musicales, y que se ponen de moda y se escuchan desde Madrid y Barcelona hasta los cortijos andaluces y los caseríos de Navarra! Es que existe un fondo lírico y musical común adentrado en la conciencia de los hombres hispánicos, los cuales, ante un ritmo concreto, levantan el espíritu, se contagian de alegría o de tristeza, esbozan una sonrisa de humor o empanan los ojos con lagrimas leves y furtivas.

En esa vida diaria y popular, lejos de las urbes abigarradas y cosmopolitas, se conserva profundo y enraizado el sentimiento hispánico de las nacientes soberanías. En los campos abiertos, en la pampa, en la sabana y en el llano sobre los corceles que arrancan su linaje de los caballos andaluces que sirvieron de cabalgadura a los hombres de la conquista, los vaqueros de Méjico, los guasos de Chile, los gauchos del Río de la Plata, los llaneros de Venezuela y los cow-boys de los Estados Unidos, contribuyen, con su anónimo cabalgar, a la extensión de las fronteras.

La estampa airosa del caballo sirve de trampolín para el recuerdo de la conquista. "después de Dios, debemos la victoria a los caballos" había escrito Bernal Díaz. "A la Jineta -asegura el Inca Garcilaso -se ganó mi patria"

Sin duda por ello, Santos Chocano canta la epopeya de los corceles andaluces:

"¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Sus pescuezos eran finos y sus ancas
relucientes y sus cascos musicales.
¡No! No han sido los guerreros solamente
de corazas y penachos y tizonas y estandartes
los que hicieron la conquista
de las selvas y los Andes.
Los caballos andaluces, cuyos nervios
tienen chispas de la raza voladora de los árabes.
estamparon sus gloriosas herraduras
en los secos pedregales,
en los húmedos pantanos,
en los ríos resonantes,
en las nieves silenciosas,
en las pampas, en las sierras y en los bosques y en los valles
Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!"


Todo aquello que sirve de talismán y de piedra de toque para que el alma del pueblo, sin engaño y sin artificio, se manifiesta y se desborda, trasluce de inmediato una misma conformación espiritual.

Este transfondo de unidad se palpa cuando lo "nuestro", lo de "todos", tiene que luchar y que enfrentarse con una circunstancia hostil o indiferente. Así, en Nueva York, todos los años se celebra el desfile de los "hispánicos", cuyo contingente más numeroso, los emigrados de Puerto Rico, han hecho del castellano un idioma familiar en la urbe y obligatorio en las escuelas; y en Los Ángeles, donde los nietos de mejicanos continúan hablando su lengua de origen, y donde los "espaldas mojadas", al rellenar los cuestionarios oficiales, ponen orgullosamente en la casilla señalada para el país de procedencia, spanish, es decir, "hispánico".

Hombres de nuestros países luchan y trabajan en los países ajenos como en el propio. Los reveses de la fortuna o de la política no impelen ni constriñen a una radical expatriación, porque, sobre unas fronteras artificiales, se repite y reproduce el ambiente de familia.

Hay fenómenos que, no obstante afectar de un modo directo e inmediato a una de las naciones que integran nuestro mundo, dan origen en todas ellas a una tensión unánime, profunda y general. La guerra de España, el justicialismo de Perón, el A. P. R. A. del Perú, los movimientos políticos de Belice y el fidelismo cubano son hechos palpables y suficientes que explican, sin aclaraciones ni comentarios, la realidad operante de esta conciencia colectiva de los pueblos hispánicos.

Esa conciencia colectiva está como traspasada e impregnada de una profunda religiosidad. Los avatares de la Independencia, la ausencia de clero y su falta de ejemplaridad en muchos casos, la instigación y la propaganda de las sectas, el Estado agnóstico o beligerante en la persecución y la escuela laica, no han sido capaces de arrancar el sentido católico romano de nuestros pueblos. Aunque es verdad, como alguien ha dicho, que son muchos los hispánicos que no acuden a las iglesias, la realidad es que, en su inmensa mayoría, en su unidad moral, viven en la Iglesia y se saben miembros de su mística corporeidad.

Por mucho que se haya intentado identificar a la Iglesia con la antigua Monarquía española, dando a entender que era patriótico luchar contra ambas, lo cierto es, como demuestra Hichard Patte, que la Independencia de las naciones hispanoamericanas nada tuvo que ver con la Iglesia como tal; no hubo entonces, durante las jornadas difíciles y turbulentas de la emancipación, ni un solo caso de anticlericalismo ni de hostilidad a la Iglesia, y el mismo Bolívar, en sus consejos, tantas veces, por cierto, desatendidos, dice textualmente: "Me permitiréis que mi último acto sea el recomendaros que protejáis la santa religión que profesamos y que es el manantial abundante de las bendiciones del cielo."

Entre esas bendiciones, aquella que ha servido para mantener esa confirmación católica del Continente americano de origen español, ha sido, sin temor a dudas, la devoción a la Virgen. Bajo el signo de María se descubre América. La jornada memorable del descubrimiento estaba ya bajo el dulce y amoroso patrocinio de la Señora y como si ello no fuera bastante la misma Señora alzó en aquella mañana todo un mundo nuevo arrancado de las tinieblas de lo desconocido, pare elevarlo aún más alto en el trono de su reinado maternal.

Bajo el signo de María se fundan las ciudades como La Paz, La Asunción o Nuestra Señora del Buen Aire, se bautizan ríos y ensenadas, se erigen escuelas y universidades, y en la roca del Tepeyac se aparece nuestra Madre al indio Juan Diego, se dibuja y reproduce en su tilma y, como queriendo refrendar desde la altura la Hispanidad naciente, le habla al indio en castellano e inunda su mantón, cuando el Obispo Zumarraga le exige las pruebas del prodigio, con un manojo fragante de rosas de Castilla.

María deviene así la Regina Hispaniarum Gentium. El Gobierno independiente de Caracas jura defender; como lo habían hecho tantos municipios españoles, el privilegio de la Concepción Inmaculada de la Señora, y la Señora, bajo las bellas y emotivas advocaciones de Luján, del Carmen y la Aparecida, de la Caridad del Cobre de la Alta Gracia, de Caacupé, de Copacabana, de Chiquinquira, de Coromoto, de Suyapa, del Carmen, de la Merced, es proclamada Patrona Celestial de los países soberanos e independientes de Hispanoamérica.

Este fenómeno de la unidad, lleno de vida y palpitación, no podía por menos de conmover y subyugar a quienes en América, España y Filipinas advenían a la cultura libres de prejuicios y con lealtad, valor e intrepidez bastantes pare hacer tabla rasa de los mismos. Ellos son los que integran esa generación de la esperanza a que antes aludíamos, una generación cuya perenne fidelidad nos asegura, para un futuro quizá próximo e inmediato, un trueque de rotulo y bandera.

Porque la esperanza, como la fe, en frase de San Pablo, son virtudes para la dureza, la austeridad, la zozobra y la incertidumbre del camino, y siendo la caridad la virtud que permanece a la llegada, cuando la unión y la entrega se consuman, nos es lícito entender que a muchos de estos esforzados caballeros de la Hispanidad, entrevistos por la mirada soñadora de Maeztu cabrá en suerte la providencial tarea de tejer y edificar, con su amor y su talento, la continuidad de los pueblos hispánicos.

En esta línea de pensamiento, al proyectar sin celajes la mirada sobre el tremendo episodio de la conquista y del trasvase subsiguiente por España a los pueblos de América del tesoro envidiable de la cultura cristiana y occidental, que otros países europeos, por contraste, guardaron con celo para sí, se multiplican las frases, los párrafos, las estrofas, los libros de admiración, de agradecimiento y de sorpresa.

En Ecuador, Montalvo no vacila en decir:

"¡España! Lo que hay de puro en nuestra sangre y de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti lo debemos. Yo, que adoro a Jesucristo y que hablo la lengua de Castilla, ¿cómo habría de aborrecerla?"

Y Benjamín Carrión estampa sin miedo esta frase tan bella:

"España, que nos hizo la visita de las carabelas, nos dejo la herencia de la cruz y la lengua, la lealtad, el honor y la aventura."

Y José Rumazo, el poeta de hoy, escribe:

"Recordada en la sangre, España mía."
"Renegar de España, el punto de partida -escribe el argentino Manuel Ugarte-, es edificar en el viento".

"España -dice el también argentino Julio Soler Miralles- nos ha dado la concepción del hombre cabal. Por ello y porque nos ha dado aquello que vale más que la vida, que es el estilo y la fe, que Dios la bendiga."

Y hasta el propio Juan Domingo Perón, hubo de afirmar:

"Si la América española olvidara la tradición que enriquece
su alma... y negara a España, quedaría instantáneamente
baldía."


"Si hemos de mantener alguna personalidad colectiva -argumenta el uruguayo José Enrique Rodó- necesitamos conocernos en el pasado, divisarlo por encima de nuestro suelto velamen y confesar la vinculación con el núcleo primero. Sólo así -concluye- tendremos conciencia de continuidad histórica, abolengo, solar y linaje en las tradiciones de la humanidad civilizada."

"Hemos sido educados en la leyenda negra -grita con ademán airado el chileno Augusto Fontaine Aldunate- cuando nos son precisas y con urgencia lecciones de hispanidad, es decir, de un modo noble y señorial de ser y de comportarse como hombre."

"¿Por qué se oculta en las historias oficiales de mi país -nos dice el mejicano Alberto Escalona Rammos- que durante los siglos virreinales Méjico era la capital de un mundo que se alargaba desde Honduras al Canadá?"

"¿Es qué acaso se quiere -como protesta Vasconcelos con su indignación justificada- que reneguemos de un pasado grandioso, que liquidemos nuestra médula cristiana y española y nos transformemos y convirtamos en parias del espíritu?"

"¿Es qué se olvida que tan sólo España es -como afirma don Alfonso Reyes- el camino de nuestra América?"

"¿Es qué acaso España no es la Madre y -como asegura Porfirio Díaz- sigue siéndolo, porque las maternidades no prescriben ?"

"Nosotros somos, amigos europeos -dice como en una arenga el nicaragüense José Coronel Urtecho-, la España americana"

"España está en nosotros" -escribe su compatriota Ycaza Tijerino-.

"Y nosotros -agrega el colombiano Eduardo Caballero Calderón -salvaremos la levadura española en los pueblos de Hispanoamérica, porque España es como una levadura sin la que el pan puede, desde luego, fabricarse, mas con el castigo casi bíblico de que ni la masa crece ni el pan se degusta."

España está así como metida en el alma de Hispanoamérica, y son los versos, la expresión más alta y encendida de la belleza, los que se desbordan en rimas subyugantes.

En Méjico, Amado Nervo, en su poema "Águilas y leones", escribe:

¡Oh España...!
Los pueblos hermanos que en ti fijos
tienen los grandes ojos, negros. soñadores,
te brindan sus estrellas, sus manos enlazadas,
sus vivos gorros frigios.
¡Somos de raza de águilas y de leones!
Tengamos esperanza.


Y en Guatemala, Manuel José Arce y Valladares, en "Los argonautas vuelven", dice:

Y una raza -india, núbil- desgarrada
en la violencia del primer encuentro;
y el abrazo de sangre del mestizo
como tierno maíz al sol granado.
La cruz proliferó las selvas vírgenes,
de sol de fe de España jamás puesto,
y mi sol tropical hinchó de zumos,
de oro y de glorias nuevas toda España.


Y en Panamá, Enrique Grenzier, grita:

¡Mentira! Tú no estás en decadencia,
noble, gloriosa, bendecida España.
No estás en decadencia como dicen,
estás en gestación cual la crisálida.

Y en Venezuela, Andrés Eloy Blanco, en su "Canto a España", casi reza:

Yo me hundí hasta los hombros en el mar de Occidente.
Yo me hundí hasta los hombros en el mar de Colón,
frente al sol, las pupilas, contra el viento la frente,
y en la arena sin mancha, sepultado el talón.
Halla en España mimos y en América arrullos,
¡el mismo vuelo tiendan al porvenir las dos!
y el mundo estupendo verá las maravillas
de una raza que tiene por pedestal tres quillas
y crece como un árbol hacia el cielo, hacia Dios.


Y en Colombia, José Joaquín Ortiz, se expresa de este modo

El recuerdo de España

seguíamos doquiera.
Todo nos es común: su Dios, el nuestro,
la sangre que circula por sus venas
y el hermoso lenguaje;
sus artes, nuestras artes, la armonía
de sus cantos, la nuestra;
sus reveses,
nuestros también, y nuestras
las glorias de Bailén y de Pavía.


Y en Chile, Gabriela Mistral, en "Salutación", amonesta:

"Y he dicho al descartado que destiñe lo nuestro
que en español es más profundo el Padrenuestro.
Soy vuestra y ardo dentro la España apasionada
como el diente en el rojo millón de la granada.
Os fue dada por Dios una virtud tremenda:
el ganar el botín y abandonar la tienda;
perder supieron sólo España y Jesucristo,
y el mundo todavía no aprende lo que ha visto."


Y en Argentina, Ignacio B. Anzoátegui, en "Distancia y presencia de España", proclama:

Presencia
del cielo de España
que puso una cruz en el cielo,
para que la ausencia
tuviera un poco de España y de anhelo.


Y en Paraguay, José Antonio Bilbao, se emociona:

Tú, madre España, patria antigua, gozas
tu piel de mar a mar bien extendida
-camino de tu sangre y de tus rosas-
estás con sangre a nuestra piel cosida.


En Filipinas, Manuel Bernabé, canta:

Filipinas, la Virgen marinera
salta de una ribera a otra ribera
montante en trampolín de nipa y caña,
y os trae, como regalos del Oriente,
los dos soles que bailan en su frente:
la fe de Cristo y el amor a España.


Y Claro Mayo Recto, en "Elogio del Castellano", nos arenga:

No en vano por tres siglos tus ejércitos
han levantado en mi solar sus tiendas,
y vieron el prodigio de mis lagos
y de mis bellas noches el poema;
no en vano en nuestras almas imprimiste
de tus virtudes la radiosa estela
y gallardos enjoyan tus rosales
plenos de aroma las nativas sendas.
No morirás en este suelo
que ilumina tu haz; quien lo pretenda
ignora que el castillo de mi raza
es de bloques que dieron tus canteras.


Pero no basta con este cambio de mente. Era preciso que un soplo de primavera llegara hasta nosotros e hiciera florecer en nuestro invierno helado las flores fraternales de una misma esperanza.

(Se continará)


EL IDIOMA CRIOLLO DE FILIPINAS
por Guillermo Gómez Rivera


RAÍCES DEL CRIOLLO FILIPINO

CHABACANO es la palabra castellana que, en Filipinas, se refiere a un vernáculo popular tenido por vulgar, viciado, o indisciplinado.

Ante lo que se entendería como un lenguaje culto, el chabacano, como idioma, viene a ser sinónimo de un "neologismo plebeyo", o "de una variación lingüística que se caracteriza por una persistente rebelión ante lo que es la regla gramatical de una lengua plenamente desarrollada", en este caso: el español o castellano.

Estos conceptos explican la razón tras la calificación del idioma chabacano, sea de la Ciudad de Cavite en Luzón o de la ciudades de Zamboanga, Basilan y Cotabato en Mindanao, como "lenguaje de tienda", “lenguaje del Parian” o "lenguaje vulgar de la calle" por parte de los ilustres filipinos de habla-española.

Pero, con el andar del tiempo y del uso cotidiano, lo que se llama “chabacano” también va poniéndose de relieve en su otro nombre que viene a ser lo correcto. Y ese otro nombres es: “idioma criollo”.

Hasta 1940, otras comunidades filipinas, como las de los arrabales manileños de la Ermita, Binondo y Paco, además de las ciudades de Davao, en Mindanao Oriental y la de Joló en el archipiélago moro de Sulú, también tenían sus respectivos variantes de lo que genéricamente se conocía como el chabacano, o criollo, del español.

Y es que todos los idiomas filipinos, incluyendo el tagalo y el bisaya, son chabacanos del idioma español a un grado mayor o menor si se ha de considerar la influencia española en los mismos como un irreversible resultado de la historia.

El tagalo, o Filipino, por ejemplo, tiene más o menos 8,000 palabras raíces. Esta cifra de 8,000 se obtuvo tras la purificación, hecha adrede, del mismo idioma tagalo de sus hispanismos. Esto quiere decir que si el tagalo no hubiese sido adredemente “purificado” por la intervención sectaria de usenses WASP (White Anglo-Saxon Protestants), siendo uno de los más señalados el Secretario del Interior y Vicegobernador General Dean C. Worcester (1906-1912), el número de sus hispanismos sería más grande de lo que ahora se da oficialmente (Unas conversaciones con el abuelo, Don Felipe, y el tío-abuelo, Don Guillermo Gómez Wyndham, Manila e Iloilo en los años 40 y 50. GGR, Inéditas.).

Pues bien. De las 8,000 palabras raíces que el “Institute of National Language” admite según su famoso Director, José Villa Pañganiban, 5,000 son de origen español (Vide: Introducción del libro Spanish Loan Words por JVP, publicado en Manila, 1957. É, Introducción al Balarila por Lope K. Santos, Manila, 1936-1947).

Además de esta influencia vocabularial proveniente del idioma español, queda otra herencia más profunda. Nos referimos a la introducción en el tagalo, y en casi todas las otras lenguas principales de estas islas, de los fonemas, o vocales, E y O. Es un hecho que antes de la presencia española, todas las lenguas del país tan solamente tenían tres fonemas, o vocales, en la A, la I, y la U. Estas prehispánicas vocales se introdujeron por obvia influencia del idioma árabe, que vino con la islamización de Joló y partes pequeñas de Mindanao.

En cuanto a estructura y vocabulario, cuando un visayo dice: "Abrihí ang puerta” o “ Cerrahi ang vintana", lo que demuestra no es nada más que una afinidad lingüística, muy próxima, a lo que se denomina como el chabacano del español. Más que el tagalo de nuestros días, la influencia española en el bisaya-cebuano, en el bisaya-hiligaynon, en el bisaya-aclán y en otras lenguas bisayas, es decididamente más fuerte.

Con la influencia española que citamos, no es nada de extrañar el encuentro con la misma condición criollo-hispánica, o chabacana, que se demuestra por parte de cualquier tagalo cuando nos dice: "¡Naloco na! ¡Lunes ñgayon at a las nueve na! Maaatraso ako sa oficina". “Apurahin mo na ñgâ yung aking almusal…”.

Ese "na" tagalo y visayo es la corrupción del "ya" español, aunque ciertas otras autoridades insistan que el mismo "na" es exclusivamente de origen portugués. Y nos inclinamos a creer, en parte, esta tésis por la emigración ternateña a Manila desde las Molucas.

Pero, como en el caso de muchas otras voces chabacanas que se clasifican

como portuguesas en su origen, el uso de la voz "na" en tagalo, como en

visaya, tiene alguna desemejanza con el "na" portugués en su uso

frecuente,----aunque también se dan ocasiones en que el mismo "na" tienda

a representar lo que en portugués es en la.

Y es que lo que generalmente se entiende como influencia del portugués

también puede ser, en realidad, influencia de un castellano antiguo que se

parece mucho a lo que hoy es portugués.

No podemos descontar el hecho de que el castellano de los Reyes Católicos,

Fernando e Isabel, posiblemente se asemeje más al portugués que al español

de nuestros días como bien nos puede demostrar alguna poesía del Arcipreste

de Hita.

2. EL TERNATEÑO DE LAS MOLUCAS

Como ya indicamos, no debemos ignorar el hecho de que, durante el siglo

diecisiete, los españoles habían traido a Manila, procedentes de la isla de

Ternate en las Molucas, ---y que hoy es territorio de Indonesia---, unas dos

cientas familias cristianas que hablaban una jerigonza del portugués, del

castellano y del malayo. Estos ternateños fueron asentados, a su llegada, en

las afueras de Intramuros de Manila y en un lugar que

se conociá como "Bagumbayan", es decir "Pueblo Nuevo", y que es el sitio

donde el parque de la Luneta de nuestros días hoy se encuentra.

Pero, los ternateños tuvieron que trasladarse a un pueblo, que hasta hoy se

llama Ternate en la provincia de Cavite, porque los militares de Manila,

después de la invasión inglesa en 1762, decidieron quitar de su sitio al

pueblo de Bagumbayan para dejar un

campo libre delante de la muralla sureña de Intramuros por el que se verían

mejor a los que intenten atacar a la ciudad.

Queda, por otro lado, la percepción de que la relación de los ternateños al

chabacano de Zamboanga es un punto ambiguo en la historia de este vernáculo,

---aunque ciertas investigaciones tiendan a afirmar que el criollo de

Zamboanga también tuvo su origen en el ternateño. Se alega que se verificó

una escala por Zambaonga por parte de los ternateños antes de llegar a

Manila, en Luzón.

Los hechos históricos no sostienen, sin embargo, esas investigaciones en

cuanto a la lingüística con relación al chabacano de Zamboanga, Davao,

Cotabato, Binondo, Ermita y Pacò. El chabacano de estas comunidades

filipinas, salvo la de Ternate en la provincia de Cavite, muy poca, o casi

nada, de relación tienen con la variación engendrada en las Molucas.

3. EL ORIGEN DEL CRIOLLO ZAMBOANGUEÑO

Los comienzos del chabacano, hoy denominado también como "el criollo

zamboangueño", se araigan en la misma fundación del pueblo y fuerte de

Zamboanga en marzo de 1635.

Don Balbino Saavedra, el reconocido historiador de Zamboanga y Basilan, nos

cuenta que fue en una fecha anterior, pero dentro del mismo mes de marzo de

1635, cuando el Capitan Juan Chávez zarpaba, con tres cientos españoles y

mil soldados visayos, provenientes del Fuerte de San Pedro de la Villa de

Cebú, Visayas, a lo que era "Samboañgan", una ranchería de la tribu

medio-musulmana de Lutaos del sud-occidente de Mindanáo.

( La palabra "Lutao" en bisaya significa "flotante" o "gente" que flota con

el mar". La lengua más extendida entre los moros filipinos, el Tausug, da

la misma definición al nombre "Lutao".)

Unos días después de la llegada del mencionado Capitán Chávez, el misionero

español, Fray Pedro Gutiérrez, posiblemente un agustino calzado, también

llegaba a Samboañgan con un enorme grupo de islenos cristianos que,

procedentes de varios puntos de Luzón y Visayas, se habían previamente

reunido en el pueblo de Dapitan, situado en el norte de lo que hoy es la

península de ambas Zamboangas, ( la del Norte y la del Sur ), para verse

conducidos a la misma ranchería sureña por un noble indio lutao que se llamó

Pedro Piantón.

Los que integraban el enorme grupo del Padre Gutiérrez hablaban varias

lenguas isleñas y a duras penas se entendían mutuamente.

Aunque los pertinentes documentos históricos sobre Zamboanga no lo digan

tácitamente, se puede entrever la decisiva intención, por parte de los

conqiustadores españoles, de fundar Zamboanga e instalar en ella un fuerte

con el objectivo de socavar la supremaciá naval de los moros en el sur del

archipiélago filipino.

Por eso, la construcción del fuerte de Nuestra Señora del Pilar en Zamboanga

tenía por objetivo separar, mediante un bloqueo naval, a los moros de Joló

y a los de Cotabato con los que poblaban aisladamente el centro de Mindanao,

particularmente los moros de las provincias que hoy se conocen con los

nombres de Lanáo. (*posiblemente de la frase castellama "La nao"), del

Norte y Lanáo del Sur.

El mencionado bloqueo naval consiguió, muy al parecer, la desunión entre los

moros del ya distante archipiélago joloano que se encuentra más próximo a

los estados musulmanes de Malasia y Brunay, de los que se encuentran en

Cotabato y Lanao en el centro casi de la isla de Mindanao.

(*La Nao de Manila: asi se llamaba cada una de las naves españolas,

colectivamente conocidas como "los galeones de Acapulco", que negociaba la

enorme distancia entre Mexico y Manila durante un periodo de más de dos

siglos. Constituían el único eslabón político, mercantil y cultural, entre

las Islas Filipinasal y el antiguo Virreynato de la Nueva España, hoy

Mexico.

Las aludidas provincias de Lanao tomaron su nombre de un buque de guerra que

los españoles, según una casi olvidada tradición, desmantelaron en

Oroquieta, Misamis Oriental, y que llevaron, pedazo por pedazo, a la laguna

de La Nao, que se encuentra miles de pies sobre el mar, donde nos lo

reconstituyeron para que subyugue a cañonazos a las tribus moras que vivian

en derredor del mismo.

Es por eso que dicho lago y las dos provincias en su derredor comparten el

mismo nombre de "Lanáo". (Discurso-Relato de Don Balbino Saavedra.


La influencia filipina en la arquitectura del occidente mexicano (2a Parte)
por Adolfo Gómez Amador


El desarrollo de la tecnología constructiva derivada de la presencia filipina y de la palma de cocos se dio en sólo dos etapas, la adaptación y el arraigo durante el siglo XVII e inicios del XVIII, y la extensión durante los siglos XVIII y XIX, principalmente en los estados circundantes de la costa del Pacífico; con una particularidad, el estado de Guerrero tuvo su propia cuna pero en una escala menor, ya que existió la presencia de numerosos filipinos provenientes de la nao de China que tenían como destino ese puerto, pero no encontraron las condiciones propicias para poner en práctica de manera tan amplia su iniciativa constructora, como se vio en el caso de la provincia de Colima.

Para que se produjera el la influencia filipina en la arquitectura concurrieron una serie de hechos y circunstancias que a continuación enumeramos.

En primer lugar, la condición histórica de la fundación de la villa de Colima en un tiempo precoz.

En segundo término, las condiciones geográficas determinadas por la existencia de dos puertos en la provincia y del relativo aislamiento respecto a la capital política de la Nueva España.

En tercer lugar, la situación política derivada del conflicto de intereses de la corona y los vecinos de la villa de Colima.

Y por último, las condiciones naturales, tanto geológicas como climáticas, que derivaron en la negativa de la tierra a ofrecer riquezas inmediatas.

El hecho histórico de que la villa de Colima fuese una de las primeras fundaciones españolas en la Nueva España (1523) permitió a los vecinos reclamar un derecho de sangre por ser descendientes de conquistadores y no simples colonizadores. Por otra parte la posición estratégica de la villa respecto a dos puertos hacía reclamar derechos por servicios prestados a la corona. Entre los vecinos predominaba el sentimiento de que la corona estaba en deuda con ellos, y debía permitirles enriquecerse con cualquier bien a su alcance en este territorio; uno de estos medios era la producción y venta en el territorio de la Nueva España del vino de cocos.

La corona tenía el compromiso de defender los intereses de los residentes en la península y proporcionarles la riqueza que también ellos esperaban, una de las formas era la ampliación del mercado para sus productos; debía garantizarles que en los territorios conquistados también se consumirían sus mercaderías, algunos de esos productos eran precisamente los vinos y destilados europeos.

Otras condiciones concurrieron en el fenómeno: las expectativas que suscitaron en los conquistadores los puertos de Salahua y de la Navidad que habían sido uno de los factores para la fundación de la villa, sin embargo su aislamiento respecto a la capital novohispana provocó el rápido abandono tras la exitosa expedición de López de Legaspi-Urdaneta. El cambio fue a favor de un puerto más cercano al centro político de la Nueva España, como era el caso de Acapulco. De haberse mantenido los puertos colimenses como destino principal del comercio con oriente la villa de Colima hubiese tenido una distinta vocación, más ligada al comercio y transporte; sin embargo una vez más las circunstancias geográficas no eran favorables, la orografía se oponía a una integración comercial eficiente con el resto de la Nueva España, y los vecinos hubieron de buscar otras actividades.

Los factores ambientales naturales también fueron desconsiderados con los intereses de los residentes españoles en esta olvidada provincia, la geología y el clima no facilitaron las cosas a sus afanes de prosperidad inmediata: el suelo les negó los minerales preciosos, y la moneda sembrada fracasó gracias a las veleidades climáticas, dado que las huertas de cacao sucumbieron a los continuos huracanes de la región.

La misma indisposición orográfica que les había impedido capitalizar la conquista de Filipinas invalidaba la opción del comercio con productos agrícolas no procesados.

Para alcanzar la buscada fortuna se debería encontrar una opción atractiva en esta tierra, por cierto pródiga; el producto a explotar debería ser preferentemente único en el reino, de poco volumen y gran valor; esta alternativa económica llegó por mar y en paquete, una semilla de tamaño no despreciable, y también un proceso de transformación que convertía en licor el fluido interior de esa exótica planta: el cocotero.

Tan rápido como la reproducción de la semilla se importó la tecnología encarnada en los filipinos. Una vez en la región este grupo étnico se encontró con una posición social muy particular y una situación que les permitió desarrollar su iniciativa constructora que dio lugar a la tecnología que hoy conocemos como palapa.

Como dijimos, un fenómeno con estas características sólo se produce en la provincia de Colima y su diferencia con otras regiones consiste en la actividad especializada de los inmigrantes filipinos. Según estudios previos sobre la presencia oriental en el virreinato ésta se extendió a toda la franja costera, del puerto de la Navidad a Acapulco, y el cultivo de la palma de cocos ocupó un espacio similar; sin embargo dicha presencia se concentró en los valles de Caxitlán en Colima, Zacatula en los límites de Michoacán y Guerrero, y las inmediaciones del puerto de Acapulco. En estas últimas regiones, con la diversificación de su actividad el vino de cocos perdió importancia y se extinguió prematuramente.

En la provincia de Colima, a diferencia de la zona inmediata al puerto de Acapulco donde también hubo una importante presencia de este grupo étnico, los filipinos fueron requeridos por su cultura de la palma. En cambio en Acapulco su presencia obedecía a otra de sus innegables habilidades: la navegación. El requerimiento de sus experiencias con la palma para la obtención de bebidas alcohólicas les permitió desplegar otras habilidades de esa misma cultura, entre ellas la producción de espacios. En otras regiones a donde se extendió su presencia esta actividad resultó más bien marginal. Este acontecimiento tuvo una vigencia temporal limitada y fue durante casi todo el siglo XVII prolongándose apenas a la segunda mitad del XVIII.

Durante este periodo la tecnología asiática fue adaptada por los propios inmigrantes filipinos y adoptada por los naturales. La complejidad del proceso constructivo, que demanda una labor colectiva sincronizada de un equipo de 6 personas, requirió la participación de otras etnias de trabajadores de las huertas de cocos, principalmente negros e indígenas. Gracias al trabajo colectivo en la edificación de las cubiertas, como todavía se realiza en Filipinas y en México, se difundió el conocimiento de esta tecnología.

En dicho periodo esa tecnología arraigó y se convirtió en producto local, durante los siglos XVIII y XIX se fue extendiendo a otras regiones del país, ya entonces en manos mexicanas, especialmente a las costas de lo que fue la Mar del Sur. Jalisco, Nayarit y el resto del estado de Michoacán. Paralelamente se consolidó en su otra procedencia: la de Guerrero incluso, extendiéndose a partir de ahí a algunas regiones más al sur.

El suceso arquitectónico se produjo por las conjugación de las circunstancias a que hemos hecho referencia, de modo muy singular el choque de intereses de los vecinos con la corona; la situación que se dio en el caso de las huertas de palmas fue de un precario equilibrio entre los intereses de los vecinos de la provincia y los de la península.

En una coyuntura histórica con un escenario hipotético donde hubieran prevalecido los intereses locales y sin existir la amenaza permanente contra las palmas, el desarrollo de la industria del vino de cocos la hubiera convertido en una actividad muy extensa, permanente y mucho más próspera; de igual forma se hubiera requerido, incluso intensificado, la importación de mano de obra filipina para el proceso, pero para hacer sentir el ascendiente europeo los orgullosos propietarios españoles hubieran tenido una presencia más permanente en las haciendas y huertas, habrían impreso su propio sello a los espacios generados, las construcciones como destilerías, y viviendas de los trabajadores hubiesen sido de adobe y teja como en las haciendas del otras provincias.

Con la amenaza original del mandato real de tala total de palmas en la provincia, y los permisos provisionales que se extendían por periodos no mayores de diez años, aunque se prolongaron hasta el siglo XVIII, no generaban certidumbre acerca de la actividad y toda equipamiento subsidiario tuvo un carácter temporal y de escasa inversión. En esta circunstancia los empleados importados tenían una solución, conocían procesos constructivos con el mismo material con que trabajaban a diario. Con recursos mínimos podían producir los espacios que requerían en sus actividades cotidianas, estas construcciones durarían justamente los periodos de 8 a 10 años que amparaban las licencias para producir y comercializar el vino.

En la misma coyuntura con un escenario opuesto al anterior y al original, si hubieran imperado los intereses trasatlánticos, en caso de que los vecinos no hubiesen estado en posibilidad de hacer valer sus derechos y hubiera prosperado la iniciativa real de talar todas las palmas, no hubiese existido industria del vino de cocos, es imposible determinar cuál hubiera sido el destino de la villa de Colima. El mandato que ordenaba eliminar las palmas fue muy temprano en el siglo XVII, en 1608 los indios chinos aún se alojaban en lugares muy diversos incluyendo las casas de los patrones en sus huertas y haciendas. Sin palmas este todavía pequeño grupo de filipinos, se hubiera dispersado por el territorio de la Nueva España, o bien regresado a su tierra natal, sin hacer su aporte a la construcción.

Si bien en el transcurso de su presencia estos indios chinos fueron adaptando sus patrones constructivos a las necesidades y recursos locales. Una tecnología equivalente hubiera podido ser desarrollada a partir de la palma de cayaco, pero estaríamos hablando de una tecnología indígena y no de una técnica de origen asiático, no la llamaríamos palapa, tendría una denominación distinta, otro sería el proceso y otra sería la historia.